Curioso resultado del estudio Free will and paranormal beliefs publicado en Frontiers in Psychology:
El libre albedrío es uno de los aspectos fundamentales de la cognición humana. En el contexto de la neurociencia cognitiva, varios experimentos sobre la percepción del tiempo, la coordinación sensomotora, y la agencia sugieren la posibilidad de que se trata de una ilusión robusta (una sensación independiente de la relación de causalidad efectiva frente a las acciones) construida por mecanismos neurales. Es sabido que los seres humanos sufren de diversos sesgos cognitivos y fracasos, y la sensación de libre albedrío podría ser uno de ellos. Aquí presento una correlación positiva entre la creencia en el libre albedrío y las creencias paranormales (ovnis, la reencarnación, la astrología, y investigación paranormal). Se realizaron encuestas web que involucraron a 2.076 sujetos (978 hombres, 1.087 mujeres y otros 11 géneros), que revelaron correlaciones positivas significativas entre la creencia en el libre albedrío (teoría y práctica) y las creencias paranormales. No hubo correlación significativa entre la creencia en el libre albedrío y el conocimiento de fenómenos paranormales. Las puntuaciones de creencias paranormales para las mujeres fueron significativamente mayores que las de los hombres, con sus correspondientes (aunque débiles) diferencias significativas en la creencia en el libre albedrío. Estos resultados son consistentes con la idea de que el libre albedrío es una ilusión que comparte elementos cognitivos comunes con las creencias paranormales.
Como no está de más recordar, correlación no es causación.
Fuente: DE AVANZADA
El libre albedrío es un ‘argumento especial’ o vaselina que los profesionales de la religión se inventaron para poder meterle más fácilmente por… la cabeza a sus fieles las barbaridades de su fraudulento negocio (págame aquí lo que disfrutarás en el más allá)
El gran Carl Sagan decía del libre albedrío: “”Es un argumento “especial” para salvar proposiciones en problemas profundos (p. ej.: ¿cómo puede un Dios compasivo condenar al tormento a las generaciones futuras porque, contra sus órdenes, una mujer indujo a un hombre a comerse una manzana? Argumento especial: no entiendes la sutil doctrina del libre albedrío. O: ¿cómo puede haber un Padre, Hijo y Espíritu Santo igualmente divinos en la misma persona? Argumento especial: no entiendes el misterio de la Santísima Trinidad. O: ¿cómo podía permitir Dios que los seguidores del cristianismo, judaísmo e islam, obligados a su modo a medidas heroicas de amabilidad afectuosa y compasión, perpetraran tanta crueldad durante tanto tiempo? Argumento especial: otra vez, no entiendes el libre albedrío. Y en todo caso, los caminos de Dios son misteriosos)””
Si algún creyente tiene la ocurrencia de Pensar, es posible que viera las incoherencias del fraude. De ahí el recurso a esa vaselina.
Por ejemplo: ¿El libre albedrío es el justificante, el cerrar los ojos, a la inacción de Dios ante los problemas de la Humanidad? ¿No hace nada por los niños de Etiopía? ¿No evita el comercio de niñas para prostitución en Tailandia? Entonces, ¿por qué tantos millones de creyentes le rezáis a un dios que No hace Nada?
Por otro lado, ¿por qué un creyente se traga el ‘libre albedrío’ sin masticar, y no observa que en su `panfleto sagrado’ (biblia) Dios JAMÁS practicó el libre albedrío? (No permitió nuestro ’libre albedrío’: intervino para echarnos del Paraíso, para exterminar a la humanidad con un diluvio por ser pecadores, intervino para putear a Abraham, intervino para proteger al asesino rey David, intervino para matar a primogénitos egipcios,… siempre intervenía. Pero es que, además, en el llamado nuevo testamento, también intervino preñando vírgenes, resucitando muertos, curando ciegos,… ¡¡Ni Dios se tragó ni creó jamás el libre albedrío!! ¿Por qué un creyente sigue poniendo ese timo como excusa a la inacción divina, cuando en realidad se inventó para tapar sus deficiencias argumentales?
Fuente: Misterios al descubierto
Para Demócrito, las explicaciones del mundo que invocaban un propósito no tenían sentido. Las verdaderas explicaciones se referían sólo a los movimientos de los átomos, que no tenían metas ni propósitos, pero se movían simplemente debido a sus propiedades intrínsecas y las fuerzas externas ejercidas sobre ellos. Para los atomistas no hay tal cosa como la justicia cósmica. Pero ¿qué hay de la justicia humana? Los seres humanos y sus mentes eran parte de la naturaleza; estos también se componían de átomos que se regían por las mismas leyes que el resto de los átomos. La mente, según Demócrito, es una colección de átomos esféricos en algún lugar del cuerpo y el pensamiento consiste en el movimiento de estos átomos-mentales a medida que interactúan entre sí y con otros átomos. Aunque a menudo decimos que actuamos porque hemos decidido hacerlo, estamos en un error de la misma forma que se equivocan nuestros «sentidos bastardos ‘sobre la naturaleza física del universo. Los actos humanos no se rigen por el propósito y la voluntad, sino por los movimientos e interacciones de átomos sin propósito.
Técnicamente, Demócrito no podía negar el libre albedrío, pues esta noción fue inventada por los padres de la Iglesia, siglos después, para responder al problema del mal (que, dicho sea de paso, no queda resuelto).
Del libro de Kenan Malik sobre Demócrito de Abdera, Tucídides yProtágoras
Imagen: mmarftrejo via photopin cc
Adrian Raine, profesor de psiquiatría, criminología y psicología en la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), trata sobre las ventajas de que los sistemas jurídicos adopten el conocimiento científico, en este caso, la neurocriminología, a la hora de dictar sentencia y reducir condenas y predecir la conducta criminal:
No hay duda de que la neurocriminología nos pone en terrenos difíciles, y algunos desean que no existiera en absoluto. ¿Cómo sabemos que los viejos tiempos de la eugenesia realmente terminaron? ¿Acaso no es la investigación sobre la anatomía de la violencia un paso hacia un mundo donde se pierden nuestros derechos humanos fundamentales?
Podemos evitar estos resultados calamitosos. Una comprensión más profunda de las causas biológicas tempranas de la violencia puede ayudarnos a tomar un enfoque de mayor empatía, comprensión y más misericordioso tanto con las víctimas de la violencia como con los propios prisioneros. Sería un paso adelante en un proceso que debe expresar los más altos valores de nuestra civilización.
Por un lado, Raine admite que aunque en la mente criminal, la genética juega un papel poderoso, el entorno lo hace en menor medida. Por otra parte, entender que no existe el libre albedrío no aboliría las cárceles ni el sistema de justicia criminal, porque, como explica, Jerry Coyne, seguiríamos «castigando a la gente para alejarlos de la sociedad, para dar un ejemplo para los demás -esto afecta a sus propias decisiones futuras- y para reformar a las personas».
Entre más rápido se acepte la inexistencia del libre albedrío en nuestros sistemas de justicia y se adopten medidas basadas en la evidencia, más rápido tendremos sistemas de justicia más humanos y certeros.
El húmedo uno de agosto de 1966, Charles Whitman tomó un ascensor al último piso de la torre de la Universidad de Texas en Austin. Tenía 25 años. Subió las escaleras hasta el mirador, cargando un baúl repleto de armas y munición. Arriba, mató a una recepcionista con la culata de su rifle. Aparecieron dos familias de turistas por el hueco de la escalera; les disparó a quemarropa. Después empezó a disparar indiscriminadamente desde arriba a las personas que estaban abajo. La primera mujer a la que disparó estaba embarazada. Cuando su novio se arrodilló para auxiliarla, Whitman le disparó también. Disparó a los peatones de la calle y a un conductor de ambulancia que había venido a rescatarlos.
La noche anterior, Whitman se había sentado a su máquina de escribir y redactado una nota de suicidio:
«No me entiendo a mí mismo estos días. Se supone que soy un joven medianamente razonable e inteligente. Sin embargo, últimamente (no logro recordar cuándo empezó) he sido víctima de muchos pensamientos extraños e irracionales.»
Para cuando la policía lo mató a tiros, Whitman había matado a 13 personas y herido a otras 32. La noticia de esta masacre copó los titulares del día siguiente. Y cuando la policía fue a su casa a investigar las pistas, la historia se volvió aún más extraña: en las primeras horas de la mañana del día del tiroteo, había asesinado a su madre y apuñalado a su mujer hasta la muerte mientras dormía.
«Fue después de pensarlo mucho que decidí matar a mi mujer, Kathy, esta noche… La quiero mucho y ha sido la buena mujer que cualquier hombre pudiera desear. No puedo señalar ninguna razón específica para hacer esto…»
Junto a la conmoción de los asesinatos se hallaba otra sorpresa, aún más oculta: la yuxtaposición de sus aberrantes actos con su anodina vida personal. Whitman era Scout Águila y ex marine, estudió ingeniería arquitectónica en la Universidad de Texas; trabajó brevemente como cajero de un banco y fue monitor voluntario en la V Tropa de los Boy Scouts de Austin. De niño, había obtenido 138 puntos en la escala de Stanford-Binet, situándose en el percentil 99. De modo que, tras su masacre desde la torre de la Universidad de Texas, todo el mundo quería respuestas.
En ese sentido, también las quería Whitman. En su nota de suicidio pedía que se le realizara una autopsia para determinar si había cambiado algo en su cerebro, porque lo sospechaba.
Se descubrió que el cerebro de Whitman albergaba un tumor del diámetro de una moneda de cinco centavos. Este tumor, llamado glioblastoma, se había extendido desde la parta baja de una estructura llamada tálamo, afectando al hipotálamo y comprimiendo una tercera región llamada amígdala. La amígdala está implicada en la regulación emocional, especialmente el miedo y la agresividad. A finales de 1800, los investigadores descubrieron que el daño de la amígdala podía producir perturbaciones emocionales y sociales. En los años 30, los investigadores Heinrich Klüver y Paul Bucy demostraron que el daño de la amígdala en los monos producía una serie de síntomas, incluyendo la ausencia de miedo, la atrofia emocional y la reacción desmesurada. Las monas hembras con daños en la amigdala tendían al abandono o al abuso físico de sus crías. En los humanos, la actividad en la amígdala aumenta cuando se les enseñan caras amenazantes, cuando son puestos en situaciones aterradoras o experimentan fobias sociales. La intuición de Whitman sobre sí mismo —que algo en su cerebro estaba modificando su comportamiento— daba en el clavo.
Las historias como la de Whitman no son poco comunes: afloran cada vez más las causas legales relacionadas con daños cerebrales. A medida que desarrollamos tecnologías mejores para explorar el cerebro, se detectan más problemas, y se vinculan más fácilmente con la conducta aberrante.
A medida que mejora nuestra comprensión del cerebro humano, los juristas se ven cada vez más desafiados con este tipo de preguntas. Cuando un criminal, hoy, se pone ante el estrado del juez, el sistema legal quiere saber si él es culpable. ¿Fue su culpa, o culpa de su biología? Yo sostengo que es la pregunta equivocada. Las elecciones que hacemos están inseparablemente unidas a nuestros circuitos neuronales, y por tanto no tenemos ningún modo significativo de separar ambas cosas. Cuanto más aprendemos, más complejo se vuelve el aparentemente sencillo concepto de culpabilidad, y más se debilitan los fundamentos de nuestro sistema legal.
El resultado es que podemos construir un sistema legal informado más profundamente por la ciencia, donde seguiremos sacando a los criminales de las calles pero adaptando las sentencias, impulsaremos nuevas oportunidades para la rehabilitación, y estructuraremos mejores incentivos para la buena conducta. Los descubrimientos de la neurociencia indican un nuevo camino hacia delante para la ley y el orden —uno que conducirá a un sistema más rentable, humano y flexible del que tenemos hoy—. Con la ciencia del cerebro moderna claramente establecida, es difícil justificar que nuestro sistema legal pueda seguir funcionando sin tener en cuenta lo que hemos aprendido.
El sistema legal se basa en la hipótesis de que somos «razonadores prácticos», un término técnico que presume, en el fondo, la existencia del libre albedrío. La idea es que hacemos uso de la deliberación consciente cuando decidimos cómo actuar, es decir, que en la ausencia de coacción externa, tomamos decisiones libremente. Este concepto del razonador práctico es intuitivo, pero problemático.
El libre albedrío podría existir (podría estar simplemente más allá de nuestra ciencia actual), pero una cosa parece clara: si existe el libre albedrío, tiene poco sitio para operar. En el mejor de los casos, podría ser un pequeño factor funcionando por encima de las inmensas redes neuronales moldeadas por los genes y el entorno. De hecho, el libre albedrío podría resultar siendo tan pequeño que acabaremos pensando sobre las malas decisiones de la misma forma en que pensamos sobre cualquier proceso físico, como la diabetes o las enfermedades pulmonares.
La neurociencia está empezando a tocar cuestiones que antes eran del dominio exclusivo de filósofos y psicólogos; cuestiones sobre cómo la gente toma decisiones y el grado en el que dichas decisiones son verdaderamente «libres». No son cuestiones ociosas. Al final, darán forma al futuro de la teoría legal y crearán una jurisprudencia más informada por la biología.
Ampliar información en: la tercera cultura