La idea de que el dolor tiene etapas específicas es una creencia popular y recibió su brillo más profesional por parte de la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross, que se cita a menudo como una sugerencia de que los dolientes pasan por etapas de negación, ira, negociación, depresión y aceptación. No ser capaz de «aguantar» una etapa se considera un signo de dificultad psicológica y a los terapeutas se les animaba a ayudar a las personas a pasar a través de cada una de las «fases». El hecho de que Kübler-Ross estuviera hablando de adaptarse a su propia muerte inminente, no a la muerte de otra persona, no pareció matar el entusiasmo de nadie y sus teorías se volvieron salvajemente sobreaplicadas. Pero independientemente de la precisión con la que sus ideas fueron utilizadas, la evidencia de estos escenarios se evapora bajo escrutinio – tal vez poco sorprendente teniendo en cuenta que se basa en poco más que la observación casual y el pensamiento creativo.
En contraste, el psicólogo George Bonanno ha estudiado el curso de la pena siguiendo a personas desde antes de que estuvieran en duelo a meses e incluso años después. Resulta que hay poca evidencia de una progresión a través de etapas específicas de adaptación, e incluso la creencia de que la mayoría de la gente está sumida en la desesperación y «mejora» gradualmente resulta ser poco más que un cliché. Esto no quiere decir que la tristeza no sea una respuesta común a la pérdida, sino que una experiencia de profunda angustia debilitante tiende a ser la excepción más que la regla. De hecho, dos tercios de las personas son resilientes frente a la pérdida de un ser querido – en otras palabras, están tristes pero no están ni deprimidos ni inhabilitados por su experiencia.
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La historia del profesor Mirete cuando menos resulta poco convencional. El profesor asegura que una noche soñó que «María Dolores de Cospedal tomaba posesión como ministra vestida con peineta y mantilla negra, tal y como la había visto en una procesión del Corpus. El sueño me produjo cierto impacto y lo comenté con mis alumnos, a los que decidí gastar una broma: les dije que si venían a clase vestidos con mantilla y peineta negras les trataría mejor a la hora de calificar su examen», relata Mirete.
El docente puntualiza que el grupo de alumnos que asiste a clase en ese grupo, de quinto curso, es muy reducido, y que en cualquier caso, tenía intención de echarles una mano con las calificaciones «porque son de quinto curso y siempre lo hago si asisten con regularidad a clase. Si sacan un 4,5, puedo aprobarles», puntualiza. El reto de Mirete fue aceptado de buen grado por algunos alumnos. El 22 de noviembre, al menos diez estudiantes, los que aparecen en la foto, se presentaron en clase con peineta y mantilla negras, y en un ambiente, a juzgar por las imágenes, muy distendido, se fotografiaron con el profesor para la posteridad.