Se anuncian en los periódicos. Salen en la televisión. Cobran por adivinar el futuro a través del teléfono. Alardean de que les consultan empresarios y gobernantes. Sin embargo, a la hora de la verdad, cuando sus dones -de existir- harían un servicio a la Humanidad, callan. Ningún vidente previó el 11-S ni el 11-M; ninguno dio la alerta del terremoto del Índico de diciembre de 2004 ni del de Japón de marzo de 2012. Sus presuntos superpoderes sólo sirven decirle al cliente lo obvio, lo que le diría cualquiera a partir de la información que da sin darse cuenta el propio interesado, pero resultan inútiles cuando lo que está en juego son vidas humanas.
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“Me han pedido ayuda. Yo creo en la visión remota. ¿Me puedes ayudar? ¿Puedes, por favor, tratar de ver donde crees que cayó el avión ? ¿Cómo y por qué? ¿Cuáles son tus sentimientos? ¿Qué te dice la intución? Gracias”. Éste fue el mensaje que colgó Uri Geller el martes a las 2.38 horas en Twitter. Una muestra más de su infinita desvergüenza.
Casi treinta años después de haber saltado a la fama engañando a periodistas ingenuos con trucos de ilusionismo que hace pasar por poderes paranormales, Geller no sabe cómo seguir llamando la atención. En diciembre pasado, deslumbró con los mismos trucos de siempre a un crédulo Pablo Motos en su programa de Antena 3 y anunció que iba a parar el reloj de la Puerta del Sol en el ensayo general de las campanadas de Nochevieja del 30 de diciembre. No lo hizo; pero consiguió su objetivo, que se hablara de él.
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