Mito de buensalvajismo new age, desenmascarado por Mauricio-José Schwarz:
Surge de la convicción de que el ser humano no debe satisfacer sus deseos, que debe ser morigerado e incluso tener carencias y sufrir porque… bueno, porque el placer es malo, ¿no? Es un ideal de la vida frugal, austera, ascética, monacal y herbívora que los grupos newageros desean imponerle a los demás.
A esa visión de ermitaño flagelantese añade la idea conspiranoica de que «ellos» nos hacen cosas horribles y sin «ellos», seguramente viviríamos en la gloria y sin deseos malignos de, no sé, comida sabrosa y camisas bonitas, y estaríamos en contacto con la naturaleza y la pachamama gaia nos recibiría en su regazo y llegaríamos a la tierra prometida.
El consumismo está, en esta visión, impuesto desde fuera. No es en modo alguno que el ser humano, buen salvaje pervertido por los malvados «ellos», tenga ambiciones, deseos, gustos, no, es que «ellos» le han creado un esquema de falsos deseos que los pobrecitos humanos víctimas (salvo los rebeldes new age) no pueden resistir y, como marionetas, hacen lo que se les ordene.
La otra idea es que algunas personas aprovechan los deseos, gustos y ambiciones de otros para crear productos que deseen, les gusten y ambicionen. Hacen sus negocios y a veces actúan mal (y otras veces menos frecuentes incluso muy mal) para mantener sus negocios. Pero en realidad la gente consume lo que quiere. Los estudios de publicidad niegan la mayor de que la publicidad nos ordena qué hacer (si así fuera, compraríamos sólo una marca de auto, una marca de ropa, un sabor de refresco, cuando en realidad la diversidad de productos sólo demuestra que en buena parte los del negocio están tratando de quedar bien con los que compran más que manipularlos maquiavélicamente. Que lo intentan sí, por supuesto, pero no han podido ni se espera que puedan. Vance Packard se equivocaba.
Las relaciones sociales son muy complejas. La idea de que las empresas pueden hacer lo que les dé la gana es exagerada. Los movimientos de consumidores, por ejemplo, han hecho mucho para regular a las empresas, y algunos movimientos sociales han destruido grandes empresas (como las tabacaleras), todo eso y más demuestra que las cosas no son tan simples como nos las presentan los autoproclamados adalides del bien, la moral y la perfección absoluta.
La tendencia de la contracultura y los alternativistas de analizarlo todo como un épico enfrentamiento absolutamebte trascendente entre el bien y el mal resulta a todas luces exagerada y propia de gente que lee ciencia ficción y fantasía sin darse cuenta de que es literatura. Hay cosas que son enfrentamientos y desacuerdos simples, tensiones normales de las relaciones humanas y asuntos que pueden evolucionar y negociarse sin necesidad de destruir todo el sistema, cambiar el mundo, dominar la sociedad, controlar la economía y reordenar los planetas en el sistema solar.
Fuente: DE AVANZADA
Mauricio-José Schwarz responde qué es el posmodernismo:
Es una forma de referirse en general a varias expresiones filosóficas más o menos interrelacionadas y que se basan principlamente en el postestructuralismo, una forma alambicada de neorromanticismo que, como el romanticismo (obvio) rechaza la razón, la ciencia, las relaciones causales y de hecho el concepto mismo de la realidad. Las cosas, para los filósofos postmodernistas, no tienen propiedades intrínsecas, sino que las obtienen del discurso social que crean los grupos e individuos. El fuego sólo quema si tu «discurso social» dice que quema. El médico brujo cura cuando tu discurso social dice que cura, pero deja de hacerlo cuando cambia el discurso y dices que no, lo que cura es la medicina basada en evidencias.
Los debates filosóficos más alambicados entre los estructuralistas y los postestructuralistas pueden omitirse. Son dos puntos de vista filosóficos que _creen_ ciertas cosas y las defienden como defienden sus ideas los filósofos, es decir, con argumentos escolásticos y no con hechos, evidencias, pruebas y experimentación. Cosa que por otro lado sería bastante difícil considerando que la filosofía posmodernista rechaza la existencia misma de los hechos y la evidencia probatoria. Y, como con el romanticismo, el posmodernismo ha creado o estimulado ciertas formas de expresión artística interesantes y atractivas, pero como forma de explicar el mundo fracasa estrepitosamente.
Lo relevante es cómo el pensamiento postmodernista (o partes del mismo, allí no se ponen de acuerdo los filósofos) se ha trasladado al público en general. Aunque se presenta originalmente como progresista y de izquierda, dedicado a la crítica de lo occidental y de toda la civilización occidental, en última instancia termina siendo la gran coartada de la ultraderecha neoliberal.
Esta última instancia viene dada por su relativismo original: nada es real, todo es discurso, no hay objeto a interpretar sino sólo sujeto que interpreta, nada es narrado y todo es narratva. Si todo depende del discurso, de la lectura, de la narrativa, no hay derechos esenciales ni asideros efectivos en la realidad. La visión de los talibanes respecto del papel de la mujer en la sociedad es tan válida como la visión de los derechos esenciales y la igualdad de géneros. Vivir con hambre es tan natural como vivir en la sobreabundancia estadounidense, atenderse con el chamán es equivalente a atenderse con las más modernas herramientas de la medicina y caminar veinte kilómetros con una carga de arroz a la espalda no tiene diferencia real con ser una ejecutiva de Wall Street con zapatos de Louboutin y perfume Chanel.
El problema es que los que dicen esto generalmente son los que viven en la sobreabundancia, se atienden con las más modernas herramientas de la medicina y son ejecutivos de Wall Street. La visión posmodernista no tiene muchos adherentes entre los indios que tienen aspiraciones delirantes como comer bien, educarse, tener zapatos, disfrutar electricidad y agua corriente e incluso, ¡vaya osadía! comer pasteles y tener consolas de juegos.
Gran parte del New Age y el ecologismo se nutren de ideas (digámosles así) del postmodernismo. El rechazo a occidente llega a niveles delirantes como asegurar que el cálculo infinitesimal, las leyes de la gravitación y de la óptica no pueden ser reales porque las formuló un terrateniente británico blanco del siglo XVII, y por tanto se deben buscar nuevos discursos, estéticamente más placenteros y provenientes de personas que sí pasen los altos estándares de los postmodernos, para explicar la gravitación o hacer cálculos o negar la refracción y la difracción (sin dejarse en casa las gafas, claro, si no no ve uno nada). La izquierda del anticrecimiento y el antiprogreso juega a eso divinamente: no es sostenible el nivel de consumo de occidente (afirmación discutible), además de que es malo para el planeta (¿y a ti quién te nombró portavoz del planeta y cómo sabes que es malo o cuál es el orden natural de las cosas?) y debemos cambiar el mundo para no seguir creciendo (ni se plantean crecer de otro modo, aprovechar de modo distinto los recursos). ¿Qué quiere decir esto? Bueno, además de romper escaparates de tiendas de McDonald’s implica advertirle a latinoamericanos, africanos y asiáticos que ni de coña se atrevan a soñar en tener el nivel de vida que tienen sus defensores de este lado del asfalto, que los blancos malvados ya se acabaron el pastel y que no debemos hacer más pastel, así que, convertidos en María Antonietas de Mundo Bizarro, dicen «que coman pan, y sin levadura».
La crítica más obvia al postmodernismo es que pese a asegurar que la realidad se crea con sólo desearlo (que es lo mismo que dice el New Age o ladrillos como «El Secreto«) es que sus proponentes miran a los dos lados de la calle antes de cruzar. Es decir, en los hechos por supuesto que aceptan la existencia de una realidad sólida que no depende de su discurso, de su narrativa ni de otras formas de onanismo neuronal. Y si la realidad existe y es predecible, pues entonces podemos estudiarla científicamente y hacer cosas que funcionen ante cosas que no funcionan. Por ejemplo, aviones y alfombras voladoras. Los posmodernistas nunca comprarían un asiento en una alfombra voladora para su siguiente viaje, y lo sabemos.