Oscar es un gato famoso desde que en julio de 2007 apareció en The New England Journal of Medicine (NEJM). David Dosa, médico de un hospital geriátrico de Rhode Island (EE UU), contaba en la prestigiosa revista médica cómo era un día en la vida del felino, cómo recorría las estancias de la tercera planta del centro y tenía un sexto sentido: siempre que un paciente moría, el animal había estado descansando en su cama poco tiempo antes. «Nadie muere en la tercera planta a menos que Oscar le visite y pase un rato con él», escribía Dosa en NEJM.
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Me llama la atención que tanto sagaz periodista no se haya dado cuenta de que existe otra posible explicación con el mismo fundamento que la propuesta por Dosa: que Oscar sea asesino en serie. Imagínense que, en vez de un gato, estamos hablando de un enfermero cuyos pacientes mueren sistemáticamente poco después que él pase un rato con ellos. ¿Qué pensarían, que el enfermero predice las muertes o que se los carga? Que conste que la deducción no es mía, sino de Norm Sperling, miembro de los Escépticos del Área de la Bahía (BAS) de San Francisco. Que mis colegas no la hayan contemplado en sus apasionados reportajes es lógico; de hacerlo, se habrían dado cuenta de la estupidez de la historia del gato que ve muertos.
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Oscar no predice la muerte. Quienes trabajan en el geriátrico están convencidos de que es así, pero están confundidos. ¿Es que el animal sólo se echa cabezaditas en las camas de los que van a morir en pocas horas o que, entre las camas que visita, están esas? ¿Cuánto tiempo pasa en otras camas? ¿A cuántos enfermos visita al día? ¿Está más tiempo con los que luego mueren o con los que siguen vivos? Da la sensación de que estamos ante la típica confirmación de hechos a posteriori, de que, cada vez que muere un paciente, alguien pregunta si se ha visto a Oscar por la habitación y, en ocasiones, alguien responde que ha estado por allí. De ser así, nadie se fija en qué otras habitaciones ha visitado el felino y, de este modo, se eliminan los casos negativos, parece que el gato tiende a prever la muerte. Tampoco sabemos, por cierto, cuántas personas han muerto en el centro -dedicado a la atención de ancianos con Alhzeimer, Parkinson y otras enfermedades incurables-; sólo que el gato ha acertado en cincuenta fallecimientos en cuatro años.
Un estudio serio debería tener en cuenta todo lo anterior y descartar, por ejemplo, que el gato no se queda acurrucado en las camas de los pacientes moribundos simplemente porque no se mueven y no le molestan. Por todo esto, no se explica que una revista seria como NEJM se haya hecho eco de una tontería que sólo debería tener sitio en las revistas esotéricas.
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