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Cada vez somos más conscientes de la necesidad de analizar el gran volumen de información que recibimos cada día. Esta información nos ayuda en nuestro desarrollo cognitivo y participa en la construcción de nuestro esquema de percepción de la realidad. En el caso de los niños y jóvenes este esquema está en pleno desarrollo.
El pensamiento crítico es un proceso cognitivo que propone el análisis sistemático de las informaciones, opiniones o afirmaciones que cotidianamente aceptamos como válidas o ciertas. Es una habilidad fundamental para una ciudadanía competente, libre y responsable.
No se trata de cuestionar toda la información que recibimos a diario, se trata de ser crítico con aquella que es relevante para cada uno de nosotros cuando nos formamos un criterio sobre un tema.
Educar en el pensamiento crítico implica educar en la capacidad de tomar decisiones, implica que los alumnos no acepten como válidas opiniones o afirmaciones sin someterlas a su propio análisis y por tanto a su consideración basándose en sus conocimientos y en otras opiniones o información que les permita establecer su propio criterio de lo que es cierto o falso.
Todas estas habilidades tienen una clara transversalidad con la educación en valores, tan de actualidad en este mundo cada vez más tecnológico y, para algunos, en proceso de deshumanización.
Trabajar con los alumnos el pensamiento crítico permite potenciar en ellos:
Educar en el pensamiento crítico es educar personas capaces de gestionar su vida personal y profesional; capaces de encontrar respuestas y solucionar problemas. Es el camino para formar ciudadanos críticos y responsables. Ciudadanos capaces de afrontar los retos del futuro.
Fuente: ELESAPIENS
Cuanto más conocimiento tenga, más críticamente puedo pensar. Esta no es la única relación entre conocimiento y pensamiento crítico. También está la relación en contrasentido, que mi capacidad de pensamiento crítico sobre algo denota el conocimiento que tengo sobre ese algo. En definitiva, conocimiento y pensamiento crítico son como hermanos siameses.
Conocimiento es entender, interpretar y, en última instancia, tener una idea sobre cómo se ha de intervenir, cuáles son las apuestas que hay que hacer o hacia dónde hay que transformar.
Escuchaba hace unos días una entrevista en la radio en la que hablaban de coeficientes intelectuales, niños prodigio, superdotados y genios. Pusieron el ejemplo de William James Sidis [Link wikipedia], que considerado una de las personas más inteligentes de la historia, no ha legado ninguna aportación destacable a la humanidad. Una cosa es la capacidad potencial y otra la capacidad que desarrollamos.
Tanto el pensamiento –crítico–, como –su hermano siamés– el conocimiento, para desarrollarse necesitan unos ingredientes que, sin ánimo de exhaustividad, voy a tratar de identificar:
Artículo completo en: Maite Darceles
Pautas para ejercer el pensamiento crítico. No todo el mundo valora la necesidad de ejercer un pensamiento crítico. Es común que las personas que se caracterizan por ser metódicas y objetivas sean vistas como seres fríos, estériles y sobre todo, aburridos. Sin embargo, el pensamiento crítico es una herramienta que empleada del modo adecuado, nos proporciona una habilidad bien trabajada para poder tomar decisiones inteligentes y poder estar emocionalmente tranquilos. El pensamiento crítico es en esencia, el modo en que usamos nuestra inteligencia y conocimiento para alcanzar puntos de vista racionales y objetivos.
A continuación se enumeran criterios básicos para ejercer e incrementar nuestra capacidad de pensamiento crítico:
American Philosophical Association, Critical Thinking: A Statement of Expert Consensus for Purposes of Educational Assessment and Instruction. “The Delphi Report,” Committee on Pre-College Philosophy. Estados Unidos, 1990.
o que piensa Mauricio-José Schwarz al respecto, sobre el pensamiento crítico:
Sin el método científico puedes creer que los cerdos vuelan y no tienes ningún motivo para dudarlo. Con el método, te tienes que limitar a soñar que los cerdos vuelan (que sería divertido) pero sabes que no hay pruebas de que lo hagan y que, hasta donde sabemos, es bastante poco plausible.
El pensamiento crítico (más que el método científico) es precisamente lo que usamos para poner un límite entre lo que sabemos con razonable certeza que es verdad y lo que sabemos con razonable certeza que es fantasía. Por su culpa, nos ponemos límites como no cruzar la calle con el semáforo en rojo y sin ver a ambos lados. O cuando tenemos prisa por salir de casa no nos tiramos por la ventana sino que aceptamos la limitación de bajar por las escaleras o el ascensor. Si queremos viajar a Oslo, limita a nuestro libre pensamiento para que compremos un pasaje en un medio de transporte comprobado impidiendo tiránicamente que empleemos ese dinero en adquirir una alfombra voladora por eBay.
Ese pensamiento nos limita muchísimo: nos coarta para impedir que comamos alimentos en descomposición que nos pueden hacer daño, nos detiene cuando pensamos que en vez de enseñarle a los niños a nadar habría que contratar a un gurú indostano de túnica y barba flotantes para que les enseñe a caminar sobre el agua.
Cuando abandonamos el pensamiento crítico, nos liberamos de los límites. Podemos reírnos de todo lo que se sabe sobre las formas de cáncer de páncreas y rechazar los tratamientos científicos para usar remedios naturales, y nos da la libertad de morir jóvenes como Steve Jobs. También rompe las cadenas que tenemos con ideas de alimentación y nutrientes para que nos intentemos alimentar de luz siguiendo a otro maestro indostano y nos dejemos morir de hambre creyendo que hacemos la fotosíntesis. Y rompemos las amarras con otros límites similares.
El pasado viernes nueve de noviembre fue el llamado “día de Carl Sagan”. Uno de los aspectos en los que más incidió como científico divulgador fue la importancia del pensamiento crítico.
Hoy en día, vivimos rodeados de misticismos, pseudociencias y demás que pretenden aprovecharse de nuestra credulidad y buena fe para sacar provecho. Abrimos el periódico y tenemos páginas de horóscopo, encendemos la tele y vemos a médiums que predicen el futuro, las farmacias venden productos homeopáticos, hay un sinfín de prácticas sin fundamento que se llevan a cabo a diario y que pretenden aprovecharse de la buena fe del cliente.
El principal problema del pensamiento crítico es su incomodidad. Es mucho más cómodo ser crédulo, no cuestionar nada, creerse las verdades que nos gustan o que, por simple sentido común, nos parecen más razonables. El método científico se ideó precisamente para eso, para no asegurar nada sin aportar pruebas concluyentes, únicamente aceptando verdades empíricas. Recordemos que el sentido común muchas veces ha sido el peor enemigo de la verdad. El sentido común nos dice que la tierra es plana y que el sol gira alrededor de la tierra.
Hay que hacer hincapié en que hay temas más peligrosos en los que la credulidad puede tener consecuencias nefastas, por ejemplo, los sanitarios. Nunca se debe reemplazar una terapia alternativa por una avalada científicamente. Si se quiere probar con ella, debe usarse de forma complementaria.
Alguien escéptico no es alguien difícil de convencer, todo lo contrario, es muy fácil convencerle, únicamente hay que aportarle pruebas.
Fuente: Guillermo Soler Aguilar
Según el último barómetro del CIS (PDF), el 7.5% de los españoles se declaran ateos y el 11.5%, no creyentes. Nadie diría que el porcentaje es despreciable, y sin embargo los no creyentes no siempre están bien representados en ámbitos cruciales de la vida social española, desde la política a la educación. Todavía se nos exige, incluso, en el nombre de la «buena voluntad», que apoyemos a las instituciones religiosas para no vivir en «una sociedad enferma, en una sociedad sin espíritu, una sociedad si alma» y, en definitiva, para no aparecer como seres humanos «desalmados».
Muchos no creyentes pensamos que es una obligación cívica apoyar un «esperanto moral» y un marco de ciudadanía compartido con los creyentes, conociendo también sus límites, pero una sociedad abierta, no teocrática, debería terminar desarrollando instituciones para los no creyentes paralelas a las que disfrutan los creyentes.
Un modelo a seguir procede del campamento para niños organizado por la organización secular Center for Inquiry, orientado a desarrollar desde la infancia el pensamiento crítico, el escepticismo científico y una ética naturalista (¡Los rasgos típicos de cualquier sociedad totalitaria, desalmada y enferma que se precie!). Los organizadores han desarrollado un atractivo programa que pretende «enfrentarse a los desafíos de vivir un estilo de vida no teísta y secular, en un mundo dominado por las creencias religiosas y la pseudociencia«. Ojalá la iniciativa sea afortunada y produzca un efecto de contagio.
Camp Inquiry 2008
Fuente: La revolución naturalista
Algunos derechos reservados, 2009
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Enlaces de interés:
– Los países ateos son más pacíficos
– Ateos de Colombia se confiesan 16 personalidades del país
La credulidad ha sido un incentivo para los criminales de todas las épocas. La Historia enseña que, en todo tiempo, pánfilos, confiados y cándidos han servido de aliento a los más refinados estafadores, a los más brutales salteadores, a los más abyectos asesinos. Detrás de cada envenenador, de cada traficante de órganos, de cada tratante de esclavos, hay un pardillo que no atisbó el peligro. Los anales de la infamia están colmados de inocentones que abrieron las puertas de sus casas a sus verdugos.
El escepticismo es la actitud que conviene a quien no quiere verse sorprendido. Las enciclopedias que versan sobre estas cosas confirman que, de toda la vida de Dios, siempre ha sido más fácil degollar a un creyente que a un escéptico. Esto es vox populi en el mundillo del hampa.
El escepticismo es una inclinación de las almas experimentadas, una barricada tras la que se parapeta quien creyó y, desengañado por los años, abrazó la incredulidad como una medida profiláctica.
Pese a la evidente superioridad del escepticismo sobre la credulidad, la duda no goza de buena reputación social. A ojos del sentido común que es de uso entre las gentes de buen tono, quien ha asumido que el mundo es un asco, que nos quedan cuatro días y que la leche desnatada no es sino suero aguado constituye un caso clínico que requiere ser tratado con trankimazines, antidepresivos y sedantes. Por el contrario, si algún idiota perora desde un balcón que la felicidad está a la vuelta de la esquina, que llegará el día en que acabarán las guerras y que los bífidus activos de los yogures resultan realmente eficaces, no faltará quien celebre la jovialidad de la criatura, sus ganas de vivir, su carácter desenfadado y efervescente. Un pesimista con fundados motivos para serlo es tenido en nuestro tiempo como un objeto de estudio médico. Frente a él, un cretino con entusiasmo es encumbrado a la categoría de ciudadano ilustre, de modelo para la juventud.
Si les hubiese sido dada la oportunidad de recuperar sus vísceras y volver a la vida, las prostitutas londinenses que intimaron con Jack el Destripador no se habrían dejado engatusar una segunda vez por el misterioso caballero del sombrero de copa que emergía de entre la niebla. Si Jehová, tal y como las cerró, hubiese querido abrir de nuevo las aguas y devolverlos sanos y salvos a la orilla, los soldados egipcios se habrían cuidado muy mucho de adentrarse otra vez en el Mar Rojo para seguirle los pasos a Moisés y sus muchachos.
De haber conocido los resultados de antemano, la modelo habría replicado al insistente escultor que para el Monumento a la Madre iba a posar su señora abuela.
Todo esto, que contado así puede antojarse una cosa abstrusa, ininteligible, tiene, sin embargo, su aplicación práctica a los asuntos de la vida cotidiana. La experiencia avala que la estancia veraniega de los cuñados y su prole en nuestro apartamento de la costa no se limitará a un par de días, tal y como anunciaron antes de su llegada.
Quien ha vivido lo suficiente sabe que el bicho peludo que nos olisquea la pantorrilla en plena calle muerde, pese a que su amo insista vehementemente en desmentirlo. Los escépticos hemos acabado por aceptar que si el telefonillo de casa suena, no será para alertarnos de que, al fin, ha llegado el alma gemela que andábamos buscando, el amor puro que anhelábamos, la graciosa criatura que habrá de procurarnos la felicidad que ansiábamos.
A estas alturas ya estamos seguros de que, si no se trata de un repartidor de publicidad, quien nos reclama ante el portero automático es un empleado de la recaudación municipal o un predicador de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días.
Todo lo cual nos conduce, de manera natural e irremediable, al Plan Estratégico Algeciras 2015. Y debe de ser la edad, pero es que no consigo creerme nada.
Autor: Anselmo F. Caballero
Fuente: andaluciainformacion.es
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Enlaces de interés:
Casi con orgullo, hay una tendencia exitosa que se ha esparcido por partes de la cultura Americana (y occidental en general) que menosprecia los avances intelectuales y favorece la ignorancia y el ser superficial. Evidente en las redes sociales (como Facebook/Myspace), muchos programas televisivos y en la política, las personas están ahora eligiendo ser ignorantes.
Mientras que el intelectualismo y el pensamiento crítico requieren de trabajo, muchas personas parecen estar contentas con que les digan qué pensar, aceptando dictaduras autoritarias, y la mayoría no se preocupan por aprender cómo pensar.
Puede ser esto un resultado de limitaciones de tiempo en las sociedades modernas donde el desarrollo intelectual se marginaliza para poder tener tiempo para banalidades del día a día que son más fáciles de realizar, o puede ser una cuestión de un autoestima auto destructivo en donde las personas no se sienten con el poder de evaluar aseveraciones y creencias y prefieren, sin hacer nada, creer las aseveraciones de la autoridad sin cuestionarlas.
Sea de líderes religiosos, políticos, maestros, padres, científicos, medios o personalidades de la TV o muchas otras voces de autoridad que existen, la evaluación de aseveraciones se reduce a un factor de carisma de la autoridad quien las emite y la compatibilidad con las suposiciones previamente establecidas.
Siendo la ignorancia una característica que jamás he admirado, y deseando siempre saber más a lo largo de mi vida, es muy difícil para mí comprender o si quiera concebir exactamente dónde se origina ese sentimiento anti-intelectual. Sin embargo, hay individuos con quienes nos topamos diariamente que ridiculizan a la ciencia, la investigación o la simple curiosidad, y prefieren expresar un sentimiento que he escuchado de muchos individuos, “¿Qué importa? ¿A quién le interesa?”.
Por razones inexplicables, siempre ha importado según mi entendimiento del mundo. Creer por creer, o la “aceptación ciega” es intelectualmente floja y deshonesta. No digo saberlo todo, me gustaría continuar aprendiendo hasta que muera, y no dudaría en admitir cuando he seguido alguna lógica equivocada.
No siempre ha existido una cultura prevaleciente de flojera mental. Uno puede ver diferentes épocas como el renacimiento o inclusive tan recientes como la carrera espacial para ver tiempos cuando la cultura valoraba el intelecto, la duda y el pensamiento crítico.
¿A dónde se ha ido esta cultura? Y más importante… ¿porqué?
Enlaces de interés:
– La ciencia y el método científico
– El método científico versus la charlatenería