Cuenta la historia que un príncipe caprichoso decidió que la mujer de su vida sería aquella que pudiera calzar una zapatilla de cristal que había quedado olvidada en su palacio tras un baile. No pensó que hay en el mundo mil mujeres, y que podría ser igualmente feliz con una que calzara 34 o 39.
Simplemente creyó que ya tenía el molde y que el amor tendría que caber en él para ser verdadero. y con ese criterio empezó su búsqueda y dice el cuento que muchas mujeres, sin preguntarse siquiera si un hombre de tan cortas miras sería un buen marido o un padre aceptable, decidieron que necesitaban caber en ese molde que las haría merecedoras del ‘felices para siempre’ que sus madres les habían enseñado a desear. Algunas incluso se mutilaron los pies para entrar en ese zapato que no era suyo, esperando que, al convertirse en otras más parecidas a la imagen que el príncipe se había armado en la cabeza; se hicieran merecedoras de esa su puesta fortuna que sería desposarlo, y así, la mayoría de las mujeres del reino, en lugar de buscar a alguien que las quisiera con los cinco dedos de sus pies y las mil neuronas de su cabeza, se convencieron de que lo bueno y lo bello sólo podían venir en el empaque que este miope príncipe reclamaba. Cegadas por el esplendor que les ofrecía, le creyeron que estaba mal que ellas fueran quienes eran, y en vez de mandarlo a freír espárragos se hirieron y dañaron para que él las quisiera.
¿La historia no les recuerda algo? A mí me hace pensar en las niñas de trece años que -con la alegre complicidad de sus mamás- se ponen tacones que en un par de décadas habrán acabado con sus riñones y sus rodillas. Me recuerda a las mujeres que se hacen pedazos el metabolismo con la dieta de la piña para caber en un vestido que no es de su talla y a las que llegan donde un cirujano pidiendo la nariz de Nicole Kidman, creyendo que si la tienen serán más felices. También me hace pensar en el número creciente de mujeres con trastornos alimenticios en este y otros países, y en la piel marchita de aquellas que desde los quince no salen sin maquillaje. Pensando en ellas, ¿no tienen ustedes a veces la sensación de que esta sociedad se parece cada día más a un príncipe de cuento?
El síndrome de Cenicienta es la versión femenina del Síndrome de Peter Pan. La diferencia con Peter Pan se encuentra en el objeto mismo de los anhelos de la víctima: conseguir un príncipe azul que aparezca de la nada en un corcel blanco y veloz para alejarla de su atribulada vida para siempre. Pone toda su ilusión en encontrar un hombre lindo, simpático y adinerado que cumpla todas sus fantasías y mágicamente. La idealización de ese «príncipe azul» siempre lleva por comparación a no encontrar una pareja que cumpla semejantes expectativas.
Fuente Psic. Haidee Pérez Álvarez