Los estudios científicos demuestran que la efectividad de la quiropráctica es prácticamente ninguna. De hecho, ni siquiera los propios quiroprácticos han podido encontrar ningún estudio riguroso que demuestre que la quiropráctica sirva para otra cosa que no sea aliviar el dolor lumbar y, quizá, la migraña, dolencias que en cualquier caso mejoran con cualquier masaje sin necesidad de acudir a conceptos como el «complejo de subluxación vertebral». Algo que, a pesar de ser un pilar básico de la doctrina de la quiropráctica, los propios quiroprácticos están teniendo que reconocer a regañadientes que sencillamente no existe. En su día lo hizo, como contábamos, el British Chiropractic Council, y ahora también parece que lo está haciendo (aunque de tapadillo) nada menos que el Council of Chiropractic Education USA. Teniendo en cuenta que la quiropráctica se basa en la creencia de que todas las dolencias son causadas por esas «subluxaciones», y en consecuencia en el poder curativo de su corrección mediante la «manipulación quiropráctica», evidentemente si aquellas no existen estas tampoco tienen ninguna razón de ser,
Como resulta sobradamente sabido, la exposición a los rayos X siempre supone un cierto riesgo, motivo por el cual en la práctica médica, digamos, «normal» se procura limitarla a lo estrictamente necesario. Una radiografía no incrementa excesivamente el riesgo de padecer cáncer, pero generalmente se realiza solo cuando los beneficios superan claramente ese pequeño riesgo. Pero el tratamiento quiropráctico suele requerir la realización no de una, sino de varias radiografías, tanto para la «diagnosis» como para comprobar la «evolución» del «tratamiento» (pdf). Si tenemos en cuenta que, como decíamos, la evidencia muestra que la quiropráctica no tiene efectos terapéuticos que justifiquen esta reiterada exposición a los rayos X, calculen ustedes mismos si merece la pena someterse a una práctica de riesgo, por pequeño que sea, para nada.
Otro peligro de la quiropráctica y, en general, de todas las pseudoterapias, es que los pacientes no acudan a un tratamiento médico real. Se trata de un riesgo bajo, en parte porque la quiropráctica suele emplearse para dolencias de escasa importancia o incluso para realizarse chequeos rutinarios, y en parte porque los quiroprácticos, por suerte, no suelen llegar a extremos como desaconsejar a sus pacientes seguir un tratamiento médico que podría haber salvado su vida o proponerles que, en vez de vacunarse, se «protejan» con alguno de sus remedios ficticios. De hecho, los quiroprácticos suelen hacer mucho hincapié en su capacidad para «tratar» problemas como los cólicos de los bebés, el asma o la enuresis infantiles, o los dolores crónicos de espalda y cuello, que o bien desaparecen con el crecimiento o bien tienen una evolución cíclica (lo que les asegura una notable tasa de «éxito»), pero que en todo caso no suelen ser sintomáticos de enfermedades graves.
Sin embargo, hay un tercer factor de riesgo que desde hace poco está empezando a tomarse en serio, porque realmente es muy, muy preocupante: el peligro de sufrir lesiones a causa de la manipulación quiropráctica.
En este interesante artículo de Richard P. Di Fabio se analizan los riesgos de la manipulación cervical en general. Entre los peligros que encontró el Dr. Di Fabio están el de sufrir una disección arterial, lesiones cerebrales, trombosis… en la inmensa mayoría de los casos estas lesiones, muchas de ellas mortales, fueron producidas por quiroprácticos. Estos resultados han sido confirmados por los que encontró Edzard Ernst en este otro estudio, dedicado expresamente a estudiar los casos de muerte tras recibir tratamiento quiropráctico.
Si bien, como hace notar el propio Dr. Ernst, probablemente haya muchos más que los ya conocidos. El problema es que la manipulación quiropráctica, a base de movimientos rápidos y bruscos de las vértebras, puede llegar a dañar las arterias cerebrales. En los casos más extremos el quiropráctico llega a seccionar completamente alguna de las arterias, pero la mayoría de las veces el proceso del llamado «chiropractic stroke» es mucho más sutil.
En definitiva, el daño producido en el interior de la arteria a causa de la manipulación quiropráctica provoca la formación de un trombo que, al desprenderse, da lugar a un accidente cerebrovascular. Sin embargo, como el trombo puede tardar días o incluso semanas en desprenderse es muy probable que nadie llegue a asociarlo con la sesión de quiropráctica. En la actualidad hay varios estudios encaminados a intentar comprobar si la incidencia de infartos cerebrales es mayor entre los pacientes que se someten a quiropráctica que entre el resto de la población, pero aún no hay resultados concluyentes.
En cualquier caso cada vez se van conociendo más casos de este tipo, de modo que el problema empieza poco a poco a asomar en los medios, entre otras razones por la creciente interposición de demandas judiciales por parte de las víctimas. Y aunque los quiroprácticos se resisten con uñas y dientes incluso a algo tan elemental como informar de este riesgo a sus pacientes, las compañías de seguros están empezando ya a retirar la manipulación quiropráctica de sus coberturas, para evitarse males mayores.
Ampliar en: ¡Magufos!
La legislación antidifamación británica se está utilizando para silenciar a quienes critican o cuestionan prácticas anticientificas. Es lo que intentan hacer los quiroprácticos de ese país con el periodista Simon Singh, quien en abril de 2008 publicó en The Guardian un artículo en el que negaba la efectividad de esa pseudomedicina basada en la manipulación de la columna vertebral. Decía, entre otras cosas, que la Asociación Británica de Quiropráctica (BCA) «promueve alegremente falsos tratamientos», ya que ninguno de los 70 ensayos experimentales hechos corrobora que esa terapia sirva para el tratamiento de cólicos infantiles, problemas de sueño, infecciones de oído y otras patología que aseguran sanarsus practicantes.
A los curanderos de la BCA les molestó tanto el ataque que, como no pueden demostrar que su técnica funciona, demandaron a Singh por difamación porque así, según la legislación británica, es él sobre quien recae la carga de la prueba. ¿Perverso? Por supuesto. Por las mismas, si mañana usted dice que la faja magnética X no funciona, será usted quien deberá demostrar que su crítica no es malintencionada, y no el fabricante quien tenga que probar que ese dispositivo es algo más que un sacacuartos. Y no vale decir que usted reside fuera de Reino Unido; si ha hecho su crítica en Internet, le pueden demandar por difamación y hacer que se tenga que gastar un dineral en abogados. Ante eso, a nadie le puede caber duda de que, sobre todo en Reino Unido, que hay periodistas y científicos que eluden practicar la crítica racional por miedo a acabar en los tribunales, con lo que eso supone de menoscabo de los derechos de la ciudadanía a estar debidamente informada sobre asuntos de su interés.
Defensores de la libertad de expresión se unieron en diciembre para intentar promover una iniciativa legislativa que dé un vuelco a esa injusta situación bajo el combre de Coalición para la Reforma del Libelo. Su objetivo es alcanzar las 100.000 firmas de apoyo al manifiesto que copio abajo para presentárselo a Jack Straw y que el Parlamento británico tome cartas en el asunto. Por favor, firmen este manifiesto y apuestan por el pensamiento crítico.
Información completa en: Magonia
____________________
Enlaces de interés:
– Planeta escepticismo (agregador)