Cuenta Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio (pgs. 456-457):
Se pidió a los encuestados que imaginaran que usaban un insecticida con el que el riesgo de inhalación y de intoxicación infantil se daba en 15 de cada 10000 envases. Existía un insecticida menos caro con el que el riesgo ascendía de 15 a 16 de 10000 envases. Se preguntó a los padres por el descuento que les haría pasarse al producto menos caro (y menos seguro). Más de dos tercios de los padres respondieron en esta encuesta que no adquirirían el nuevo producto a ningún precio. Evidentemente, estaban indignados con la idea misma de jugar con la salud de sus hijos por dinero. La minoría que se mostró dispuesta a aceptar un descuento demandaba una cantidad significativamente más alta que la que estaba dispuesta a pagar por una mejora mucho mayor de la seguridad del producto.
Cualquiera puede comprender y simpatizar con la resistencia de los padres a aceptar un incremento del riesgo para sus hijos, aunque sea mínimo, por dinero. Pero no se repara en que esta actitud es incoherente y potencialmente perjudicial para la seguridad de aquellos que se desea proteger. Hasta los padres que más quieren a sus hijos tienen recursos finitos de tiempo y dinero para protegerlos (la cuenta mental de de la seguridad de mi hijo tiene un presupuesto limitado), y parece razonable emplear esos recursos de manera que encuentren la mejor utilización. El dinero que podría ahorrarse aceptando un incremento mínimo del riesgo de que un pesticida cause algún daño, cabría emplearlo en reducir la exposición infantil a otros riesgos, por ejemplo comprando una sillita más segura para el coche o tapones para los enchufes. El tabú contra la aceptación de un incremento del riesgo no es una manera eficiente de emplear el presupuesto para la seguridad. De hecho, la resistencia puede estar motivada por un temor egoísta al arrepentimiento más que por un deseo de optimizar la seguridad infantil. El pensamiento del «¿y si… ?» que le viene a todo padre que deliberadamente hace un cálculo como aquel es una imagen del arrepentimiento y la vergüenza que sentiría en el caso de que el pesticida causase algún daño.
Fuente: DE AVANZADA
Las personas no siempre son buenas para tomar decisiones informadas que impliquen un riesgo, pero un nuevo estudio muestra que incluso cuando sabemos la probabilidad de ciertos resultados basados ??en datos estadísticos o de nuestras propias experiencias, aún tomamos decisiones en desacuerdo con la probabilidad de su ocurrencia . El estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Nueva York y la Universidad Paris Descartes, aparece en la revista Psychological Science.
La investigación de la Psicología en el riesgo y la toma de decisiones a menudo emplea preguntas sobre el juego, donde la información acerca de las probabilidades se da de forma explícita en forma numérica. Por ejemplo, en los experimentos, a los participantes se les puede pedir, «¿Preferiría tener una probabilidad de 50:50 de ganar $ 100 o de lo contrario $ 0, o prefiere simplemente tomar $ 40?» El consenso en el campo es que los tomadores de decisiones, frente a tales posibilidades, toman malas decisiones. Ellos no maximizan sus ganancias posibles y, a veces sus decisiones son lógicamente incompatibles entre sí.
En la vida cotidiana, sin embargo, rara vez se dan estimaciones explícitas de la probabilidad. Por lo tanto, lo que la gente recibe de información sobre la probabilidad se basa principalmente en su propia experiencia pasada. De hecho, los investigadores de varios laboratorios han conjeturado que, cuando la información acerca de la probabilidad se aprende mediante la experiencia, la gente a tomar mejores decisiones.
Los investigadores de la Universidad de Nueva York y la Universidad Paris Descartes querían probar esta afirmación. En el estudio de la revista Psychological Science, los participantes jugaron por primera vez un videojuego que incluyó balas computarizadas en rectángulos de diferentes tamaños en la pantalla. El juego fue creado para que las balas tomaran una trayectoria en zig-zag y, como resultado, a menudo erraron el blanco. Esto significó que la posibilidad de golpear a un rectángulo aumente con su tamaño, era simplemente más fácil de lograr en un objetivo más grande, y los participantes aprendían poco a poco la relación entre el tamaño del rectángulo y la probabilidad.
Después del entrenamiento, los investigadores compararon el rendimiento en dos tareas de decisión diferentes. El primero fue un «clásico» tarea de decisión donde los participantes eligen entre alternativas con probabilidades de resultados diferentes dadas de forma explícita. El participante siempre elige entre una mayor probabilidad de conseguir un $ y una menor probabilidad de obtener dos $. En la segunda (la decisión de la experiencia), sin embargo, vieron dos objetivos diferentes en tamaño del rectángulo. Se les dijo que el objetivo más grande tenía un valor de uno si acertaban, mientras que el blanco más pequeño -y más difícil de golpear- tenía un valor de dos $. Los experimentadores ajustaron el tamaño del rectángulo de mayor probabilidad para que el participante de golpear que se corresponde a la probabilidad más grande en el «clásico» tarea. Se ajustó el tamaño del rectángulo más pequeño de manera que la probabilidad de acertar del participante era idéntica a la menor probabilidad en la tarea «clásica». Como resultado, ambas tareas eran matemáticamente idénticas.
A pesar de cientos de pruebas de capacitación, los participantes seguían siendo considerablemente inferior al óptimo en la tarea de decisión, desde la experiencia. Mostraron el mismo tipo de uso indebido de la probabilidad que si se encuentran en tareas de decisión típicas con probabilidades dadas de forma explícita en forma numérica. En resumen, la práctica por sí sola no es suficiente para que la gente a tome buenas decisiones basadas en el riesgo, explicó Laurence Maloney, profesor en la Universidad de Nueva York, Centro para la Ciencia Neural y el Departamento de Psicología, uno de los coautores.
«Se podría imaginar llevar a alguien y decir, bueno, vamos a practicar una y otra y otra vez hasta que sean expertos y tal vez la toma de decisiones sea perfecto», dijo, y agregó que no es lo que sucedió en su experimento. «Básicamente, la idea clave es que la gente tiene una apreciación distorsionada de la probabilidad, y no se la quita aún cuando se convierta en un experto mundial en rectángulos de tiro.»
Fuente: EurekAlert!
Pere J. Brachfeld hace un retrato del moroso profesional con agudeza e ironía. Tanto, que al leerlo es inevitable que ciertos conocidos nos vengan a la mente por la familiaridad del perfil:
“Con toda seguridad hemos visto muchas veces a Don Juan Mor Oso sin reconocerlo; nos hemos cruzado con él en la entrada de un restaurante de lujo, o lo hemos visto en el vestíbulo de un hotel de 5 estrellas, o bien esquiando en las pistas de un complejo de esquí de moda. También se le suele ver alternando con los VIPS en el puerto deportivo de Palma de Mallorca o jugando al golf en un club selecto. Su retrato robot es: varón de entre 35 y 55 años, empresario (o mejor dicho pseudoempresario), elegante, vestido siempre de forma impecable y a la última moda (pero dentro de una línea clásica, sin extravagancias) simpático, con don de gentes, reside habitualmente en una gran ciudad, vive en un apartamento de alquiler en una zona residencial (debe varios meses de alquiler al arrendador), no tiene propiedades inscritas a su nombre en ningún registro público. Y además su situación familiar es poco convencional, (divorciado un par de veces) mantiene varias relaciones sentimentales a la vez, puesto que es un gran seductor y cae muy bien a las mujeres (y también a los hombres).
Don Juan Mor Oso se dedica a los negocios, aunque ni sus vecinos ni el barman del pub que frecuenta, podrían decir exactamente a qué se dedica el Sr. Mor Oso, puesto que tiene varias empresas (o eso parece) y siempre está explicando nuevos proyectos que guardan poca relación los unos con los otros.
No obstante nadie se atreve a poner en duda la gran capacidad de Don Juan Mor Oso para los negocios, puesto que salta a la vista el éxito que ha obtenido. Sus trajes caros (su sastre es el presidente de su club de acreedores), sus corbatas de marca, su automóvil de lujo (que por cierto la empresa de renting intenta recuperar hace varios meses) y su tren de vida demuestran fuera de cualquier duda que es un triunfador.
Ahora bien el gran activo de Juan Mor Oso son sus relaciones; conoce a todo el mundo; todas las personalidades públicas, desde el presidente del gobierno hasta la estrella de cine de moda, todos son amigos suyos.
Asimismo Don Juan Mor Oso es una persona con un gran nivel académico, doctorado en derecho y economía por la Universidad de las Bermudas y con un máster en empresariales en la “Business School of Cayman Islands”. Otra faceta del Sr. Mor Oso es haber viajado por todo el mundo, ya que conoce como la palma de su mano los cinco continentes ( en 5 agencias de viajes que tuvieron la imprudencia de ofrecerle “viaje ahora y pague después” también le conocen muy bien)
No obstante Juan Mor Oso no es ningún esnob y sabe codearse con todo tipo de gente, sin importarle a que clase social pertenecen –siempre que tengan dinero y estén dispuestos a invertir en sus negocios– y tiene la virtud de caer siempre bien a todo el mundo. Y es que Don Juan tiene una personalidad camaleónica, tanto es capaz de hablar de fútbol (es íntimo del seleccionador nacional) como de religión ( bajo riguroso secreto cuenta que asesora al Papa en inversiones internacionales) por lo que puede adoptar múltiples personalidades.
Pero no todo son negocios en la vida de Juan Mor Oso, puesto que además de sus actividades como emprendedor también es un reputado deportista, y además campeón internacional de su especialidad deportiva: el “persianing”. Este deporte de alto riesgo (se entiende para los proveedores) consiste en cesar las actividades de una empresa que ya ha acumulado demasiadas deudas mediante el “persianazo”; es decir cerrando definitivamente las puertas de la noche a la mañana y salir corriendo, dejando a una legión de acreedores con dos palmos de narices. Por supuesto al día siguiente y haciendo gala de una moral inasequible al desaliento, Don Juan Mor Oso –que es un emprendedor nato– ya ha abierto una nueva empresa llevándose aquellos activos que puedan serle útiles en la nueva aventura empresarial, pero –seguramente debido a su carácter olvidadizo– se ha dejado olvidado todo el pasivo en la antigua empresa.
Don Juan Mor Oso siempre está dispuesto a hacer nuevos amigos, sobre todo le encanta conocer al nuevo director de la sucursal bancaria (con el anterior había llegado a un situación irreconciliable) para pedirle un crédito, o ir a visitar a un nuevo proveedor para iniciar lucrativos negocios.
Juan Mor Oso es un experto en negociación y relaciones humanas, cuando un proveedor impaciente se empeña en cobrar una factura con varios meses de antigüedad, siempre consigue convencerle de que el responsable de la falta de pago es otra persona; el banco, la factura está mal hecha, la mercancía tenía algún defecto, el servicio no fue correcto. Y el proveedor sale de la reunión convencido de que cobrará en cuanto se solucione el incidente, ya que el Sr. Mor Oso es todo un caballero y le ha prometido que le pagará en cuanto quede solucionado el problema.
En ocasiones a Juan Mor Oso le acaba cercando algún experimentado acreedor y en estas circunstancias utiliza sus dotes de actor para explicar alguna desgracia familiar y tocar la fibra sensible del acreedor, que acaba prestándole 30 euros para que Don Juan pueda coger un taxi –faltaría más un caballero de su categoría no puede coger el metro– e ir a visitar a su hija que se debate entre la vida y la muerte en el Hospital (aclaración: Juan Mor Oso no tiene hijos)
El personaje de ficción que hemos descrito hasta ahora responde al perfil del moroso recalcitrante o moroso profesional que se ha obtenido en el estudio sobre “el moroso en España” realizado por el Foro Financiero Expertos en Red y codirigido por Salvador Molina y Pere J. Brachfeld. Este estudio –el primero de estas características realizado hasta ahora y en el que han participado 75 expertos de diversos ámbitos– ha revelado cual es el retrato robot del moroso profesional. El moroso profesional es el descendiente directo del pícaro del siglo XVI, y la verdad es que su “modus operandi” se asemeja mucho al que empleaban los pícaros hace 500 años. El marco legal existente hasta ahora en España ha permitido medrar a este tipo de personajes puesto que las medidas coactivas poco pueden hacer una vez el daño está hecho. La única solución que les queda a las empresas es la prevención, por consiguiente han de saber descubrir a tiempo la verdadera personalidad oculta de Juan Mor Oso antes de que sea demasiado tarde. Esperamos que los datos obtenidos en nuestra investigación puedan servir para identificar a los Juan Mor Osos y evitar “cogidas” a las empresas que de buena fe otorgan créditos a estos personajes.”
Fuente: RiesgoyMorosidad.com