Según el diccionario de la Real Academia, “picadero” es un lugar donde las personas aprenden a montar caballos.
En Colombia, y en su puerto de Buenaventura, ”casa de pique” o “picadero” es sencillamente un lugar donde se descuartiza viva a una persona para luego hacer desaparecer sus restos sin posible identificación.
En las últimas semanas, instituciones como Human Rigth Watch y Naciones Unidas han levantado la alarma sobre una situación que la Defensoría del Pueblo denunció, sin éxito, a las autoridades desde octubre del pasado año, alertando sobre “descuartizados que aparecen en las calles y playas de Buenaventura”. Precisamente el informe de la ONG H.R.W. se titula La crisis de Buenaventura, desapariciones, desmembramiento y desplazamiento en el principal puerto de Colombia en el Pacífico.
Expulsada la guerrilla del Puerto, hace una década, la banda paramilitar de La oficina se adueñó de Buenaventura y practicó abiertamente el tráfico de drogas, el desplazamiento forzado de sus campos a la gente que molestaba para plantaciones “agroindustriales”, el chantaje a la totalidad de los comerciantes mediante sicarios, etc. Un imperio de impunidad con la vista gorda de autoridades civiles –el alcalde Bartolo- y la complicidad de policías y militares. Hablamos del puerto más importante de Colombia, por el que pasa el 55% de las exportaciones legales del país y un alto porcentaje de las ilegales. El 88,5 % de la población es negra y pobre.
Hace poco llegó otra banda de los herederos del paramilitarismo que amnistió Uribe, los llamados “Urabeños” y empezaron a darse plomo con los de “La empresa”, en procura de los negocios más jugosos. Recluta forzada entre la población: y al que se resista o se atreva a denunciar, se le espera en los picaderos.
El sociólogo Alfredo Molano, una de las más importantes figuras del pensamiento crítico colombiano, cuenta el modus operandi de estos verdugos: “la técnica del terror exige que la gente se dé cuenta pero que no cuente; vea la captura de la víctima en el barro, la manera como la arrastran y oiga los gritos de socorro, los alaridos de perdón y clemencia y por último los aullidos del dolor. Después silencio. Terrible vacío. Los gritos se quedan a vivir en la cabeza de la gente. Todos temen ser el siguiente en una lista que nadie elabora…las autoridades no oyen, no ven, no saben”.
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