Las personas parecen preferir sus mentiras antes que cambiar de opinión; experimentos psicológicos nos dicen por qué es tan difícil cambiar frente a las evidencias
“Te diré algo impresionante: el agua tiene memoria. Así es, un científico lo descubrió hace unos años, ¿sabes lo que eso quiere decir? Pues sólo tienes que derramar una gota pequeña de agua en un litro y todo el líquido recordará la información. De hecho, por eso funciona la homeopatía”. Mentira
“Te diré algo horrendo: las vacunas causan el autismo. Los científicos dicen que se trata del mercurio que tienen, por eso es mejor no vacunar a tus niños, no te preocupes, nada les pasará; es mucho peor si lo haces”. Mentira
“Te diré algo extraordinario: el reiki te sana. Hay personas que pueden manipular su energía positiva y lanzarla a través de las manos, por ello, te dan un masaje sin tocarte y te sirve más que cualquier medicina”. Mentira
La realidad, sin embargo, necesita de evidencias. Pruebas de que ocurrió, pruebas de que ocurrirá cada vez que lo haces y de que sus manifestaciones afectan a un porcentaje mayoritario de la población. La realidad busca todos esos elementos y nos cuenta que el agua no tiene memoria, que la homeopatía no le gana ni al placebo, que las vacunas ya no tienen mercurio, además, el autismo ha sido detectado antes de que los bebés reciban inyecciones de este extraordinario programa de salud y que es mucho peor no vacunar, no sólo es peligroso para tu bebé sino para todos los demás cercanos a él. Y el reiki… bueno, es broma, ¿no?
A pesar de que existen evidencias, las malas informaciones se convierten en afirmaciones que las personas integran en su vida como verdades, hechos comprobados, estudiados y analizados cuando realmente son sólo malentendidos; desinformación que ahora la gente se niega a erradicar no importa si la ciencia haya demostrado o no que están equivocados; ellos no lo harán.
Ahora, un artículo en la página de la revista estadounidense de divulgación científica, Scientific American, explora esta curiosa condición del ser humano y nos explica que hasta sencillos esfuerzos para combatir la mentira pueden ser contraproducentes también. De hecho, un artículo publicado en el diario Psychological Science in the Public Interest (PSPI) dice que los esfuerzos para luchar contra el problema tienen, frecuentemente, el efecto contrario.
“Hay que tener cuidado al corregir la información errónea pues sin querer podemos fortalecerla. Si los temas tratados están profundamente arraigados en el corazón de las personas y tienen que ver con la forma en que interpretan la realidad, pueden arraigarse aún más si se intenta actualizar su pensamiento”, expresó Stephan Lewandowsky, psicólogo de la Universidad de Australia Occidental en Perth y uno de los autores del artículo.
Y todos nos hemos encontrado con ese incómodo momento en que las evidencias van en contra de nuestras creencias y percepciones. Ocurre en un sinnúmero de ramas del quehacer humano; es un momento que pone a prueba nuestra capacidad para aprender, para cambiar nuestras convicciones si un nuevo experimento nos demuestra que estábamos errados. Si lo pensamos bien, es así como progresamos, si todavía pensáramos como Homo erectus no existirían ni el internet ni las vacunas.
Las creencias son perseverantes, nos dicen los psicólogos. Precisamente, este fenómeno de mantener tu opinión original a pesar de las pruebas, proviene de que muchas creencias tocan las melodías principales en nuestras vidas. Los investigadores han encontrado que los estereotipos, las creencias religiosas e incluso nuestro concepto propio, son especialmente vulnerables a la perseverancia de las creencias. Un estudio realizado en 2008 en el Journal of Experimental Social Psychology (diario de la psicología social experimental) encontró que las personas tienen más probabilidades de seguir creyendo información incorrecta si las hace lucir bien (realza su auto-imagen).
“Por ejemplo, si una persona es conocida en su comunidad por afirmar que las vacunas causan autismo, pues esa persona pudo haber construido su propia identidad como alguien que ayuda a prevenir el autismo, es decir, una persona que ayuda a los demás padres a evitar la vacunación. No obstante, si admite que el estudio original que une el autismo a la vacuna triple vírica (sarampión-paperas-rubéola) ya fue considerado fraudulento, pues la haría quedar mal, en otras palabras, disminuiría su concepto de sí misma”, escribieron los autores.
Investigadores han observado, además, los prejuicios que determinan qué información consideraremos como ciertas. Como es obvio, es mucho más posible que creamos una aseveración si confirma nuestras opiniones preexistentes. Además, somos animales cómodos y preferimos aceptar antes que negar pues esta última requiere de más esfuerzo cognitivo.
“La desinformación es un problema humano, no es liberal ni conservador”, dice Brendan Nyhan, del Colegio Universitario DartMouth.
El problema es mucho peor cuando un grupo con poder desea promover la desinformación porque le conviene, como ha ocurrido con el clima, con los cigarrillos y otras percepciones sociales y prejuicios.
“La manera más eficaz de luchar contra la desinformación sería, en última instancia, centrarse en los comportamientos de las personas. Un cambio en la conducta fomentará nuevas actitudes y creencias”, explicó Lewandowsky.
Fuente: HechosdeHoy