Jorge Pérez Sánchez
Departamento de Psicología Médica
Facultad de Medicina
Universidad Autónoma de Barcelona
1. INTRODUCCIÓN
Toda conducta es producto de la interacción entre las variables propias del sujeto y otras procedentes del medio exterior. La delincuencia, como cualquier otro tipo de conducta, también dependerá de la acción del entorno en interacción con las predisposiciones propias del organismo.
La importancia concedida al medio ambiente, al organismo o a la interacción de los dos en la explicación de la conducta antisocial ha dado lugar a diferentes tipos de teorías sobre la misma (Garrido, 1984; García y Sancha, 1985).
1.1. Teorías organicistas
Existe una aproximación teórica hacia la conducta antisocial en la que se concede una importancia decisiva al organismo de los sujetos. Ciertos autores han considerado que los fenómenos biológicos, transmitidos por la herencia, son mucho más relevantes que los ambientales en la génesis y el desarrollo de la delincuencia. El organismo, en última instancia, sería el principal responsable del hecho delictivo.
Independientemente de la postura radical de Lombroso (1876), otros estudios con gemelos, adoptados y en personas con anomalías cromosómicas, como puede verse en algunas revisiones sobre el tema (Garrido, 1984; Gomá, 1985), presentan datos que dan algún soporte a la relación entre herencia y delito.
Los anteriores trabajos no han estado exentos de numerosas críticas, fundamentalmente metodológicas, debido al carácter minoritario de los sujetos empleados en las investigaciones. De todas formas, las variables de tipo individual completan, junto a las sociales, el mosaico de factores que pueden tener relación con la conducta antisocial. Determinar el grado de influencia en la respuesta antinormativa del sexo, la inteligencia o la personalidad ha sido el objeto de numerosos trabajos realizados desde el siglo pasado hasta nuestros días.
1.2. Sexo y conducta antisocial
De todas las variables individuales, el sexo de los individuos es el factor más asociado a la conducta antisocial. A los continuos estudios que muestran una superior agresividad de los varones (Buss, 1961; Flores, 1982; Serrano, 1983) hemos de añadir que estadísticamente encontramos una gran diferencia entre el número de delitos cometidos por los hombres frente a los protagonizados por mujeres. A pesar del reciente incremento de actos delictivos cometidos por la mujer (Challinger, 1982; Epperson el al., 1982), la incidencia de conducta antisocial es superior en el sexo masculino (Cercovich y Giordano, 1979; Mawby, 1980; Clemente, 1984).
El factor sexo actúa de forma considerable en el desencadenamiento de la delincuencia. Las diferencias conductuales inter?sexos pueden ser sistematizadas como diferencias de aprendizaje en base a los roles sociales y, también, como diferencias de personalidad (Pérez, 1984).
1.3. Inteligencia y conducta antisocial
La inteligencia puede jugar un papel importante en la conducta antisocial, pero no de forma lineal. Es factible pensar que entre otras variables, la inteligencia pueda influir en la aparición, tipo o frecuencia del delito. No es difícil imaginar que para la realización de ciertos delitos se requiera, no ya una inteligencia normal, sino un alto potencial intelectual. Conocidos delitos de renombre mundial han sido cometidos por personas que manifestaban una alta inteligencia. Incluso los delincuentes brillantes han sido objeto de estudio especial (Anolik, 1979). Por el contrario, una baja inteligencia, que interactuará con otra serie de circunstancias, podría colaborar a que ciertas personas actuasen de forma antisocial en momentos y situaciones que posiblemente con superior inteligencia no lo hicieran. Además, la inteligencia estaría, de alguna manera, relacionada con los «errores», desde el punto de vista del delincuente, que podrían ser responsables de posibles detenciones e internamiento de ciertas personas antisociales. No nos ha de extrañar pues que, al margen de algún trabajo que no encuentra diferencias (Tulchin, 1939; Shulman, 1950; Harris, 1957), la mayoría de los estudios realizados encuentren que los prisioneros presentan una inteligencia inferior que la población normal (Hirschi y Hindelang, 1977; Spencer, 1980; Pérez Pérez y Ortiz, 1982).
El basarse en los anteriores estudios para concluir que es la falta de inteligencia un determinante fundamental en la conducta delictiva sería erróneo. Debido a la metodología utilizada, no es posible deducir si son los delincuentes poco inteligentes o si son los delincuentes poco inteligentes los que caen en manos de la justicia.
Para dar luz a este debate, es necesario mejorar la metodología de estudio. La utilización de medidas biológicas no contaminadas de aprendizaje, y el empleo de sujetos no internos en centros de reclusión serían muy convenientes para el discernimiento de la relación inteligenciaconducta antisocial (Martí, 1985).
Creemos que la inteligencia puede ser un determinante próximo de la delincuencia y que, junto a otros factores sociales individuales, puede servir de modulador del delito en caso de aparición del mismo.
1.4. Personalidad y conducta antisocial
Otro tipo de variables individuales que pueden estar relacionadas con la delincuencia son las de personalidad. Existen numerosos puntos de vista diferentes de entender la personalidad y esto ha dado como resultado un número importante de teorías sobre ella.
La personalidad del delincuente ha sido objeto de muchos y variados trabajos y se han utilizado todo tipo de pruebas (rendimiento, cuestionarios, proyectivas) en base a las diferentes aproximaciones teóricas. Schuessler y Creessey (1950), Waldo y Dinitz (1967), Tennenbaum (1977) y Pérez (1981) han realizado sucesivas revisiones sobre los diversos instrumentos de medida de la personalidad que se han usado para discriminar entre delincuentes y no delincuentes.
Los resultados de los múltiples trabajos sobre personalidad y delincuencia no aportan demasiada luz sobre la relación entre las dos variables, ya que han sido abordados desde teorías y metodologías muy dispares. Lo anterior ha servido para que se rechace la idea de Personalidad criminal (Garrido, 1983). Tampoco creemos en un tipo de Personalidad delictiva, pero estamos convencidos de que fenómenos invariantes de los individuos, en concreto de personalidad, pueden tener notable importancia en la génesis y el mantenimiento de la conducta antisocial.
Posiblemente, desde una óptica científica, las aportaciones más fructíferas sobre la relación personalidad?delincuencia han partido de los trabajos de Eysenck (1964, 1970, 1977, 1981).
Entre las diversas teorías organicistas de predisposición, tal vez la del mencionado autor sea la más importante. Es por ello que el desarrollo del presente capítulo partirá de esta aproximación teórica.
2. TEORIA DE LA DELINCUENCIA DE EYSENCK
La teoría de la conducta antisocial de Eysenck se fundamenta en su propia teoría de la Personalidad (1957, 1967) que resumimos de forma esquemática en la figura 3.1 y que ha sido excelentemente desarrollada en varios trabajos (García-Sevilla, 1974; Eysenck y Eysenck, 1976; Powell, 1979; Garau, 1982; Torrubia, 1984).
Dimensión |
Rasgos de conducta |
Mecanismo psicológico |
Sustrato biológico |
Extraversión |
Sociabilidadbr Impulsividad Riesgo Búsq. estimul. |
Excitación Inhibición |
Formación reticular |
Neuroticismo |
Preocpación Inestab. emoc. Ansiedad |
Emotividad |
Sistema Nervioso Vegetativo |
Psicoticismo |
Insociabilidad Despreocup. Hostilidad Impulsividad Búsq. estimul. |
? |
Andrógenos (?) |
Fig. 3.1. Resumen de las tres dimensiones de la teoría de la personalidad de Eysenck. (Recogido de Pérez, 1984.)
En 1964 vio la luz el libro «Crime and Personality» en el que Eysenck habla de una estrecha relación entre variables de personalidad y la conducta delictiva.
Las primitivas tesis Eysenckianas se han ido desarrollando hasta nuestros días de acuerdo con las nuevas aportaciones científicas y han dado lugar a dos importantes revisiones de « Crime and Personality» en 1970 y 1977 y a otros estudios importantes (Eysenck, 1974; 1979; 1981; Eysenck y Eysenck, 1978). La presente explicación está basada en los citados trabajos.
Eysenck (1981) observa que existen, entre otros, dos tipos de trastornos mentales: Neurosis distímicas, por una parte, y, por otra, neurosis histéricas, conductas psicopáticas y conductas antisociales. Estos tipos de trastornos estarían relacionados con las variables de personalidad Neuroticismo y Extraversión. A su vez, estas variables de personalidad están relacionadas con factores genéticos.
Eysenck crea una teoría interaccionista de la delincuencia en el sentido de que las variables ambientales actúan sobre los individuos predispuestos de forma distinta hacia alguna actividad antisocial y que las consecuencias dependen tanto de las influencias ambientales como de las predisposiciones genéticas de las personas implicadas.
De todas formas, el trabajo del citado autor se centra en el aspecto genético de la delincuencia. La importancia que le concede a la herencia se fundamenta en dos aspectos principales. El primero está basado en los estudios realizados con gemelos y adoptados, apuntados anteriormente, que muestran la relación entre conducta delictiva y herencia. Y el segundo se fundamenta en la clara influencia genética sobre las variables de personalidad y la relación de ésta con el hecho delictivo (Eysenck, 1957). La teoría de Eysenck sobre la delincuencia está basada en este segundo aspecto.
El elemento fundamental de la mencionada teoría es el condicionamiento pavloviano. Las reacciones emocionales de los animales y de los seres humanos se pueden condicionar apareando un estímulo neutral con un estímulo condicionado aversivo. Basándose en un clásico experimento de Solomon et al. (1968), Eysenck (1970), propone que la Conciencia moral está basada en la estimulación aversiva y el condicionamiento clásico.
¿Cómo se adquiriría esta conciencia? «El niño llega a la vida sin socializar en absoluto; quiere cualquier cosa que necesita, prescindiendo de los derechos de los demás. Ha de ser entrenado a que tenga en cuenta los derechos y deseos de los otros y éste es un proceso muy lento en el que desempeñan un papel los padres, los maestros, los compañeros y otras personas. Cualquier cosa equivocada, antisocial, que el niño haga será castigada de alguna forma por aquellos supervisores de la moralidad. La actividad antisocial es el estímulo condicionado, similar a la campana en el experimento de Pavlov; el castigo es el estímulo incondicionado, similar a la comida. Apareando los actos antisociales y el castigo un número de veces, el niño ante la actividad antisocial que se proponga llevar a cabo, se condiciona a esperar el castigo y experimenta el miedo y la ansiedad asociados a él. De esta forma la actividad antisocial lleva, en principio, su propio castigo» (Eysenck, 1981).
La conciencia moral establecida mediante un condicionamiento clásico sería la responsable de la no emisión de respuestas instrumentales antisociales en el proceso de evitación pasiva. La posibilidad de emisión de una respuesta delictiva, anteriormente asociada al castigo, genera gran cantidad de ansiedad que finalizará al no realizarse la citada respuesta instrumental. La eliminación de la ansiedad, que actuaría como estímulo aversivo, reforzaría negativamente el hecho de no cometer la respuesta antisocial y aumentaría la probabilidad de no emisión de conductas delictivas. Sería la supresión de la ansiedad la responsable de la evitación de respuestas antisociales y no el posible castigo, que vendría posteriormente y que sería, por tanto, demorado.
Sabemos de la existencia de personas que difieren por su condicionabilidad. Existen sujetos que condicionan mejor que otros. ¿Por que esta diferencia de condicionamiento La respuesta estaría en la diferencia de «arousal». A mayor activación cortical, el condicionamiento sería más rápido. Los introvertidos tendrían una activación del córtex más alta y su condicionamiento sería más rápido. Por el contrario, los extravertidos tendrían poca activación cortical y un condicionamiento más lento. Además, con respecto a los introvertidos, éstos aguantarían mejor la estimulación aversiva, tendrían mayor resistencia al dolor y tendrían más necesidad de estimulación. De lo anterior se podría deducir que los extravertidos estarían más predispuestos a la actividad antisocial. Su estado de activación habitualmente bajo haría más difícil el proceso de condicionamiento socializador, tolerarían mejor el castigo y por su condición de necesidad de estimulación buscarían el riesgo y la aventura.
El neuroticismo también jugaría un importante papel en la conducta delictiva. «La ansiedad y el neuroticismo actúan como impulsos muy poderosos, multiplicando los hábitos que existen antisociales o socializados de los extravertidos o introvertidos respectivamente.» (Eysenck, 1981). Así, un alto neuroticismo en los extrovertidos reforzaría su conducta antisocial, mientras que una elevación de la mencionada variables haría que los introvertidos fueran más socializados.
La combinación mencionada de estas dos variables podría dar lugar a un tipo de personaje delictivo que sería el psicópata secundario o el «delincuente neurótico» como lo denomina Hare (1970), caracterizado por una conducta antisocial pero experimentando culpabilidad.
Ante la evidente existencia de delincuentes caracterizados por la baja emotividad y sin ningún tipo de culpabilidad (fiare, 1970; Hare y Cox, 1978) que serían los psicópatas primarios, Eysenck (1977) amplía su teoría. Propone a la variable Psicoticismo como el mecanismo causal de la psicopatía primaria. Esta variable estaría relacionada estrechamente con el sexo, en el sentido de que los hombres obtendrían puntuaciones mucho más altas en la escala de Psicoticismo («P») que las mujeres. Esto estaría de acuerdo con la observación de que los delitos más graves son cometidos más frecuentemente por hombres que por mujeres y que la gran mayoría de los psicópatas son varones. Las hormonas masculinas serían un elemento fundamental del Psicoticismo como variable de personalidad y agregaría elementos agresivos, impersonales y violentos a las psicopatía secundaria. Para Eysenck (1981) existiría un enlace genético entre la delincuencia, la psicopatía y la psicosis, en lo que se denomina espectro psicótico, al observarse que entre los familiares de los esquizofrénicos y otros psicóticos existe no solamente un gran número de enfermos de este tipo, sino también muchos delincuentes y psicópatas.
Eysenck y Eysenck (1971) construyeron de forma empírica una escala denominada de «Criminality» (C) utilizando «items» de las escalas de Extraversión «E», Neuroticismo « N» y Psicoticismo «P» que, según los autores, sería un buen predictor de delincuencia.
La teoría de la delincuencia de Eysenck se podría resumir en los siguientes puntos:
1. Un bajo «arousal» cortical que sería responsable de un pobre condicionamiento y de una necesidad mayor de estimulación combinado con una alta excitabilidad autónoma, es decir, una Extraversión alta con un Neuroticismo alto, serían en parte responsables de la «psicopatía secundaria».
2. Un alto grado de Psicoticismo, relacionado con una predisposición genética hacia los trastornos psicóticos, sería en parte responsable de la «psicopatía primaria».
3. Que las tres variables mencionadas, «E», «N» y « P» tienen una gran carga genética hereditaria y, por tanto, la herencia juega un importante papel en la conducta delictiva.
4. Que el medio ambiente puede tener gran importancia, en combinación con las predisposiciones genéticas mencionadas anteriormente, en el desencadenamiento de la conducta antisocial y, por tanto, se ha de actuar sobre él de cara a la prevención y tratamiento de la delincuencia.
3. LA EVIDENCIA CIENTÍFICA DE LA TEORIA DE EYSENCK
Para poner a prueba la teoría de Eysenck sobre la conducta antisocial se han realizado numerosos trabajos que han dado lugar a varias revisiones (Eysenck, 1970; Passinghan, 1972; Cochrane, 1974; Allsopp, 1976; Pérez, 1983 a).
En base a la metodología utilizada, los estudios citados podrían agruparse en tres grandes bloques. En primer lugar están aquellos que comparan las puntuaciones obtenidas en cuestionarios de personalidad por grupos de delincuentes, generalmente internos en centros de reclusión, y por presuntos no delincuentes. En segundo lugar, se han llevado a cabo investigaciones en las cuales se comparan las puntuaciones obtenidas en variables de personalidad entre grupos de delincuentes. Y por último, están aquellos estudios que no utilizan internos en reclusión y comparan las puntuaciones obtenidas por sujetos normales en cuestionarios de personalidad con los actos antisociales admitidos por aquéllos.
Después de una extensa revisión del tema que realizamos recientemente (Pérez, 1983 a) y de las aportaciones más nuevas llegaríamos a las siguientes evidencias.
Los trabajos que comparan muestras de internos, en prisiones o reformatorios, con otros grupos de control de supuestos no delincuentes han sido mayoritarios en la búsqueda de la confirmación de la teoría de la delincuencia que nos ocupa. Si las personas con altos puntajes en las escalas de personalidad N, E y P tuvieran mayor predisposición a delinquir, sería de esperar que los sujetos que delinquen puntuaran más alto en las citadas escalas que las personas que no realizaran conducta antisocial.
La tabla 3.1 resume el resultado de este tipo de investigaciones. Cuando se comparan muestras de prisioneros con grupos de control, las diferentes escalas «E» fueron utilizadas en 96 ocasiones de las cuales sólo en 32 (33,3%) se encontraron resultados favorables a la hipótesis. Las escalas «N» se usaron en 91 estudios, mostrando resultados positivos para la teoría 71 de ellos (86%). Al ser más recientes, las escalas «P» fueron pasadas en 50 ocasiones y con datos favorables en 43 de éstas (86%).
TABLA 3.1
Número de estudios, resultados favorables para la teoría y porcentaje de los mismos, en los que se han utilizado las diferentes escalas de personalidad de Eysenck para comparar grupos de internos con grupos de control
Escala |
Adultos |
Adolescentes |
Total |
E n° veces utilizada n° veces favorable |
77 24 (31,2 %) |
19 8 (42,1 %) |
96 32 (33,3 %) |
N n° veces utilizada n° veces favorable |
75 63 (84,0 %) |
16 8 (50,0 %) |
91 71 (78,0 %) |
P n° veces utilizada n° veces favorable |
43 36 (83,7 %) |
7 7 (100,0 %) |
50 43 (86,0 %) |
También se han realizado trabajos sobre posibles diferencias de personalidad entre grupos de delincuentes. Siguiendo la misma lógica teórica en la cual los sujetos con elevadas N, E y P tendrían mayor predisposición a la conducta antisocial, esperaríamos que los mayores delincuentes (reincidentes, de mala conducta, de mayor peligrosidad, etc.) obtendrían puntajes superiores a los delincuentes menores en las citadas escalas de personalidad.
En la discriminación entre diferentes grupos de internos en correcionales, la escala «E» dió resultados favorables a la teoría el 35,7 07o de las veces. La escala «N» sólo discriminó en el 28,6% de los casos. La escala que mejor diferenció entre los diferentes grupos fue la «P», que lo hizo en el 66,7% de las veces (tabla 3.2)
TABLA 3.2
Número de estudios, resultados favorables para la teoría y porcentaje de los mismos, en los que se han utilizado las diferentes escalas de personalidad de Eysenck para comparar grupos de internos en correccionales
Escala |
Adultos |
Adolescentes |
Total |
E n° veces utilizada n° veces favorable |
9 3 (33,3 %) |
5 2 (40,0 %) |
14 5 (35,7 %) |
N n° veces utilizada n° veces favorable |
9 4 (44,4 %) |
5 0 (0,0 %) |
14 4 (28,6 %) |
P n° veces utilizada n° veces favorable |
8 6 (75,0 %) |
1 0 (0,0 %) |
9 6 (66,7 %) |
La forma tradicional de comparar grupos de presuntos delincuentes, generalmente internos en algún centro de reclusión, con grupos de control no ha estado exenta de ciertas críticas. La dificultad de encontrar un grupo de control auténticamente adecuado y la posible influencia del hecho carcelario en las variables de personalidad fundamentalmente han sido los mayores problemas metodológicos encontrados a este tipo de estudios.
El mencionado problema se puede obviar utilizando grandes muestras de personas no internas a las cuales se les administran dos tipos de medidas: una de personalidad y otra sobre actos delictivos cometidos.
Los trabajos realizados utilizando esta nueva metodología no han sido muchos y han utilizado cuestionarios desarrollados por Eysenck para medir la personalidad y Autoinformes de conducta antisocial (ACAs) para registrar los actos delictivos. Estos últimos consisten en una serie de preguntas en las que se le pide al sujeto que conteste si ha realizado algún acto antisocial determinado. Estos actos van desde trasgresiones leves de ciertas normas (hacer novillos, hablar en clase, etc.) hasta actos delictivos más serios (robar, utilizar navajas en peleas, etc.).
Cuando se han utilizado muestras de sujetos no internados en correcionales, los resultados difieren de forma clara, al menos en algunas variables de personalidad, respecto a los encontrados en los estudios citados anteriormente. El éxito, respecto a la hipótesis, de la escala «E» se sitúa en el 66,7%. Sin embargo, la variable «N» sólo aparece relacionada con la delincuencia el 8,3% de las veces. Como en anteriores estudios, la variable «P» se relacionó positivamente con la conducta antisocial el 95,4 % de los casos (tabla 3.3).
TABLA 3.3
Número de estudios, resultados favorables a la teoría y porcentaje de los mismos, en los que se han utilizado las diferentes escalas de personalidad de Eysenck en su relación con la delincuencia en sujetos en libertad
Escala |
Adultos |
Adolescentes |
Total |
E n° veces utilizada n° veces favorable |
10 7 (70,0 %) |
14 9 (64,3 %) |
24 16 (66,7 %) |
N n° veces utilizada n° veces favorable |
10 0 (0,0 %) |
14 2 (14,3 %) |
24 2 (8,3 %o) |
P n° veces utilizada n° veces favorable |
9 8 (88,9 %) |
17 13 (100,0 %o) |
22 21 (95,4 %) |
Deliberadamente hemos evitado hacer referencia al resultado de la variable C (Conducta antisocial) del EPQ, generada a partir de N, E y P, en su relación con la delincuencia. Prácticamente la citada escala es de neuroticismo, con mínima asociación con la conducta antisocial cuando se utilizan metodologías adecuadas. En otros lugares hemos argumentado y presentado pruebas contrarias a esta escala (Pérez, 1984).
En España también se han realizado varios estudios que de alguna u otra forma utilizan medidas de personalidad obtenidas mediante cuestionarios de Eysenck en el estudio de la conducta antisocial.
El Eysenck Personality Inventory (EPI) fue pasado en prisiones españolas tanto a varones (Izquierdo, 1982; Luengo, 1985) como a mujeres (Clemente, 1985). En la prisión Modelo de Barcelona se han llevado a término algunos estudios que utilizaron el Eysenck Personality Questionnaire (EPQ) como instrumento de medida (Pérez, 1984; Riobó, 1985).
López (1982) con el EPI y utilizando a consumidores de haschís y Solé (1985) con el EPQ y con heroinómanos estudiaron ciertas características de personalidad de los drogadictos.
El EPQ J ha sido pasado en varios centros de reclusión de niños y adolescentes en diversos estudios sobre personalidad y delincuencia juvenil (Valverde, 1980; Ortiz, 1982; Blas, 1984; Gómez et al, 1984; Rivas, 1984).
Recientemente también se han llevado a cabo algunos trabajos que relacionan las diferentes variables de personalidad con puntuaciones obtenidas en ACAs. Mayoritariamente en estos estudios se han usado muestras de niños y adolescentes (Valverde, 1980; Seisdedos, 1982; Pérez, 1983 b; Pérez et al, 1984; Silva et al, 1984). Personalmente también hemos realizado algún trabajo utilizando ACAs en sujetos adultos (Pérez, 1984). Además, sabemos de algunas investigaciones que relacionan variables de personalidad con conducta agresiva en niños (Musitu et al, 1982) y que a partir de modificaciones de personalidad como consecuencia de situaciones agresivas se teoriza sobre la teoría de la delincuencia que nos ocupa (Carrillo y Pinillos, 1983).
Tenemos conocimiento de varios estudios en curso sobre estos temas, entre ellos uno de gran alcance promovido por el área de Ciencias de la Conducta de la Escuela de Estudios Penitenciarios.
4. EL RASGO NECESIDAD DE ESTIMULACION
Después de treinta años de investigación, de cerca de un centenar de trabajos sobre el tema, del estudio de decenas de miles de delincuentes, adultos o adolescentes, podemos concluir que la teoría de Eysenck sobre la delincuencia, al menos en su formulación teórica, no se ha visto confirmada en todos sus extremos. De la investigación sobre el tema podemos extraer algunas cosas relevantes.
Primero, la variable «P» del EPQ aparece claramente relacionada con la delincuencia en todo tipo de estudios.
Segundo, la variable «E» de los diferentes cuestionarios, al contrario de lo hipotetizado por Eysenck, mayoritariamente no discrimina entre grupos de prisioneros y de controles. Pero a medida que es mejorada la metodología utilizada, la citada variables «E» aumenta su relación positiva con la delincuencia. Remarquemos que del 33,3 % de discriminación inicial pasó al 66,7 % aumentando el nivel de la misma en un 100 % al mejorar el diseño.
Tercero, la variable «N», que discrimina el 78 % de las veces entre prisioneros y personas en libertad, a medida que la metodología mejora pierde de forma drástica su relación con la conducta antisocial.
En base a lo anterior vemos que las escalas «E», cuando se han utilizado diseños adecuados y, fundamentalmente, « P» se han relacionado de forma clara con la conducta antisocial. Por el contrario, con una metodología refinada, la variable «N» no aparece ligada a la delincuencia.
Es razonable, por tanto, indagar qué existe en común entre «E» y «P». Si buscamos aspectos comunes en las variables que aparecen relacionadas con el delito, encontraríamos que los sujetos con alta Extraversión o/y con alto Psicoticismo serían unas personas impulsivas, arriesgadas y con una fuerte necesidad de estimulación necesaria para conseguir una ejecución óptima en su vida cotidiana. Pensamos que los citados fenómenos pudieran ser el centro, la parte fundamental, que explicara la relación de las variables «E» y «P» con la delincuencia.
La escala «E» del EPQ ha sufrido importantes modificaciones con respecto a la presentada en el EPI. Precisamente la última versión de la escala « E» ha perdido la mayor parte de los ítems del componente «impulsividad» quedándose reducida prácticamente a una escala de «sociabilidad» (Block, 1978; Rocklin y Revelle, 1981; Campbell y Reinols, 1982). Lo anterior explicaría la superior relación entre «P» y delincuencia que entre « E» y la anterior. Posiblemente, el fracaso en la discriminación en la escala «E» entre muestras de prisioneros y de controles no hubiera sido tan grande si se hubiera mantenido la escala «E» del EPI. Hemos comprobado que cuando se utilizó el EPI, la diferencia entre presos y controles fue superior que cuando se utilizó el EPQ (Pérez, 1983 a).
Tanto la primitiva escala «E» como la escala « P» del EPQ están relacionadas desde el punto de vista teórico con la necesidad de estimulación. La escala «E» del EPI ha obtenido correlaciones positivas importantes con escalas especiales de Búsqueda de estimulación (Farley y Farley, 1967; 1970; Bone y Montgomery, 1970; Zuckerman et al, 1972). También la escala «P» se ha mostrado relacionada con las escalas citadas de búsqueda de estimulación (Eysenck y Zuckerman, 1978).
Todo lo anterior nos decanta a considerar que una fuerte necesidad de estimulación sería un elemento esencial para el desencadenamiento y mantenimiento de la delincuencia.
Un número importante de estudios han encontrado relación directa entre el rasgo de personalidad necesidad de estimulación y la conducta antisocial.
Farley (1973) en hombres y Farley y Farley (1972) en mujeres, mostraron que reclusos con mayor puntuación en una escala de búsqueda de sensaciones (EBS) tenían mayor grado de delincuencia. Farley y Sewel (1979) comparando un grupo de delincuentes con uno de control, encontraron que los primeros puntuaron en una EBS más alto que los controles. Resultados parecidos fueron presentados en un estudio realizado en Polonia (Gawecka y Poznaniak, 1979). Sin embargo, Kozma y Zuckerman (1983) no encontraron diferencias en las puntuaciones en una EBS entre presos que habían realizado diferentes delitos. Recientemente en nuestro país, Riobó (1985) realizó un importante trabajo en la prisión Modelo de Barcelona, comparó los puntajes obtenidos, en la versión castellana de la Forma V de la Escala de Búsqueda de Sensaciones -EBS-V- (Pérez y Torrubia, 1986), por diferentes grupos de internos realizados a partir de ciertos patrones conductuales. El citado trabajo nos indica que los reincidentes y los internos de mala conducta puntuaron de forma superior en la EBS-V que los no reincidentes y de buena conducta.
Personalmente comparamos el nivel de necesidad de estimulación medido por la EBS-V de dos grupos de internos de Barcelona, varones de la prisión Modelo y mujeres del centro de detención de la Trinidad, y de dos grupos de control de estudiantes de la misma edad. Tanto en hombres como en mujeres, los presos presentaron superior necesidad de estimulación (Pérez, 1984). Stewart y Hensiey (1984) no encontraron diferencias entre presos y controles en la variable que nos ocupa. Hemos de hacer notar que este estudio fue realizado con una muestra demasiado pequeña: 16 presos y 16 controles.
Ya hemos citado los problemas metodológicos que implica el comparar grupos de delincuentes con grupos de presuntos no delincuentes. La investigación utilizando autoinformes de conducta antisocial (ACAs) en personas en libertad es completamente necesaria en el estudio de la influencia de variables individuales de predisposición sobre la delincuencia. Recientemente realizamos un trabajo con estudiantes adultos (Pérez y Torrubia, 1985) y usamos la EBS-V así como un ACA que habíamos adaptado (Pérez, 1983 a). Encontramos una clara relación positiva entre necesidad de estimulación y conducta antisocial. A medida que los sujetos puntuaban de forma superior en la EBS-V, admitían mayor número de actos antisociales en el ACA.
Los mismos resultados se dieron en una extensa muestra de sujetos no adultos de ambos sexos (Pérez et al., 1984) usando el ACA citado y una Escala de Búsqueda de Sensaciones para niños y adolescentes (EBS-J) que hemos construido (Pérez et al., 1986). También Wallbank (1985), en una muestra de ambos sexos de estudiantes de una escuela parroquial americana, muestra que los sujetos que admitían en una ACA conducta antisocial tenían mayor necesidad de estimulación que los sujetos que no admitían haber realizado actos antinormativos.
La tabla 3.4 resume los resultados de la investigación realizada sobre la relación necesidad de estimulación y delincuencia.
Número de estudios, resultados positivos y porcentaje de los mismos en los cuales se han utilizado diversas EBSs en su relación con la conducta antisocial
Escala |
Adultos |
Adolescentes |
Total |
E n° veces utilizada n° veces favorable |
7 6 (85,7 %) |
- - |
7 6 (85,7 %) |
N n° veces utilizada n° veces favorable |
7 6 (85,7 %) |
- - |
7 6 (85,7 %) |
P n° veces utilizada n° veces favorable |
3 3 (100,0 %) |
3 2 (100,0 %) |
3 5 (100,0 %) |
La drogadicción es un tipo especial de conducta antisocial que a su vez puede generar otros tipos de respuestas antinormativas. También se ha encontrado que la necesidad de estimulación es una característica que presentan los drogadictos. Diversos estudios muestran que personas que tienen adicción a diversas drogas obtienen puntuaciones muy altas en EBSs (Farley et al., 1979; Solé, 1985; Riobó, 1985; Wallbanck, 1985). Asimismo, los psicópatas presentan gran necesidad de estimulación (Quay, 1965; Hare, 1970; Emmons y Webb, 1974).
5. CONCLUSION
Los trabajos acumulados dentro de la teoría de la personalidad de Eysenck y los resultados encontrados en nuestros estudios (Pérez, 1984) no se oponen a considerar a la necesidad de estimulación, posiblemente producto de diferencias fisiológicas de los individuos, como un elemento central en la relación entre características invariantes de las personas y la delincuencia. Efectivamente, la variable «P», más fuertemente relacionada con la necesidad de estimulación que «E», aparece más asociada al delito que la variable «E». Por el contrario «N», que teóricamente no tiene nada que ver con lo anterior, no muestra ninguna relación con la delincuencia. Hemos de recalcar que cuanto se utilizaron escalas creadas directamente para medir la búsqueda de estimulación la relación entre las dos variables fueron las más claras en el sentido esperado. Algunos autores habían presentado resultado positivos en la relación entre necesidad de estimulación y delincuencia, utilizando muestras de prisionero,: Los resultados de nuestro trabajo, tanto con internos como con personas homogéneas en estado de libertad concuerdan con los anteriores y confirman la citada relación.
Todo lo expuesto hasta este momento confirma que nada se opone a considerar que a mayor necesidad de estimulación mayor sea la probabilidad de presentación de conducta antisocial.
Ni los planteamientos de Gray (1970), apoyados por resultados aportados por nuestro Departamento (Torrubia, 1983), ni los de Trasler (1973) y Mednick (1975) entran en contradicción con los nuestros.
Podríamos decir que las personas con gran necesidad de estimulación para conseguir un rendimiento óptimo, posiblemente producto de su bajo nivel de activación cortical, serían más propensas al riesgo y por tanto tendrían mayor probabilidad de realizar cualquier tipo de conducta antisocial que implicara estimulación. De aquí que una característica común de todos los tipos de personas antisociales sea un gran «hambre» de estímulos:' Hemos visto como los psicópatas, drogadictos y personas consideradas normales, que admitían haber realizado un número importante de conductas antisociales presentaban una gran necesidad de estimulación.
También habíamos visto que los varones delinquen significativamente más que las mujeres. 'Al margen de elementos de aprendizaje que seguramente intervendrían y de diferencias físicas evidentes, las diferencias en características de personalidad podrían ayudar a explicar este hecho: En efecto, hemos dicho que la necesidad de estimulación podría predisponer al delito y sabemos (Pérez, 1984) que los hombres presentan un mayor grado de necesidad de estimulación. También las mujeres obtienen calificaciones más bajas que los hombres en las variables de personalidad «P» y «E», relacionadas con la necesidad de estimulación y la conducta antisocial.
Las personas que tuvieran, por disposición genética, poca susceptibilidad a la estimulación aversiva, que fueran poco sensibles al castigo, también contarían con mayor probabilidad de emitir conducta antisocial, ya que tendrían dificultad de instauración de la conciencia moral, elemento clave en la conducta prosocial.
La teoría de la activación cortical («arousal») uniría estos dos fenómenos y, por tanto, la necesidad de estimulación y la baja susceptibilidad a la estimulación aversiva serían dos caras de la misma moneda. Las personas tendrían diferentes grados de activación cortical fruto de predisposiciones genéticas. Una consecuencia del bajo «arousal» sería una fuerte necesidad de estimulación. Se ha encontrado una relación inversiva entre cantidad de activación cortical y necesidad de estimulación (fiare, 1970; Farley, 1973; Farley et al, 1979). También mediatizado por su nivel de « arousal», las personas extravertidas serían más resistentes al dolor, mientras que las introvertidas tolerarían mejor la privación sensorial. Esta explicación ha obtenido importantes confirmaciones (Lym y Eysenck, 1961; Eysenck, 1976; Schalling, 1971; Barnes, 1975) y tendría el corolario de que las personas con bajo nivel de « arousal» serían menos sensibles a la estimulación aversiva y el castigo tendría menos efecto sobre ellas.
García-Sevilla (1985), en una interesante reflexión teórica, concede a la baja susceptibilidad a la estimulación aversiva la máxima importancia dentro de las variables de predisposición a la conducta antisocial. Este autor se inclina por considerar que la necesidad de estimulación sería una consecuencia de una baja sensibilidad al castigo.
Resumiendo, las personas con mucha necesidad de estimulación y/o con baja susceptibilidad a la estimulación aversiva tendrían mayor predisposición hacia la conducta antisocial.
Estas características individuales, junto a otras posibles, pueden predisponer a ciertos sujetos hacia el riesgo. Ahora bien, la presentación y el mantenimiento de la conducta antisocial dependerá de la interacción de numerosas variables tanto sociales como individuales. Creemos en la importancia que pueden tener ciertas variables de predisposición pero, como ya hemos expuesto en otros lugares (Pérez, 1985 a; 1985 b), desde un planteamiento interaccionista como expléndidamente desarrolla Feldman (1978).
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