En Quintela de Humoso, cerca de Viana do Bolo, Orense, durante la romería del Padre Eterno, se celebra un curioso ritual: las gentes acuden con roscas de pan para frotarlas sobre el manto del Padre Eterno.
Según la tradición, esas roscas refrotadas quedan por siempre inalteradas. Ya pueden caer chuzos de punta y dejarse expuestas al aire libre, que los benditos panes nunca enmohecen. Ésta era la situación hasta 2001. Desde ese año las roscas no volvieron a ser como antes, porque ese año hizo su aparición Jorge López.
Jorge no es ningún científico proveniente de un laboratorio, ni tan siquiera un adulto. Jorge era un adolescente del instituto de enseñanza secundaria de Viana do Bolo más inquisitivo, inquieto y curioso que muchos adultos.
¿Qué hizo este chaval que se ha ganado un puesto en mi colección de héroes? Nada menos que presentar al premio Luis Freire el trabajo ¿Por qué no se estropea el pan bendito en la fiesta del Padre Eterno de Quintela de Humoso? Jorge colocó trozos de roscas, tanto bendecidas como sin bendecir, en placas de Petri abiertas y sometidas a distintas condiciones de temperatura y humedad.
Durante dos meses observó y anotó diariamente los cambios en las muestras. Sus conclusiones, terribles, fueron que, a pesar de la tradición, el pan bendecido se comporta igual que el no bendecido, que el crecimiento de hongos depende de la humedad en los dos tipos de pan y que para evitar que los hongos crezcan, el pan debe permanecer en un lugar seco. Ganó el premio.
La religión es tolerante cuando no puede ser intolerante y su pueblo demostró lo segundo: al pobre le regalaron con insultos y promesas de castigos divinos. Y todo por poner a prueba si las cosas son como nos las dicen. Yo de mayor quiero ser como Jorge.
Fuente: Crónica de la ciencia Miguel Ãngel Sabadell
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