A mediados de la primera década del siglo muchos entraron, con financiación de los bancos, en un sector en el que pensaron que se podrÃa ganar mucho dinero, el del Ibérico. Todo gracias a una normativa salida del Ministerio de Agricultura en la época del PP, que permitió comercializar los productos con la denominación genérica de ibérico, independientemente de la pureza de la raza o el tipo de crianza.
Unos venÃan de hacer fortunas en el ladrillo, como jamones Marcos Salamanca, creada por Nozar y Caja Duero. Otros, provenÃan del sector tradicional del cerdo blanco, como los murcianos de Pozo o las gigantescas cooperativas Coren de Galicia y Guissona de Lérida. Y multinacionales, como Navidul, del grupo CampofrÃo.
Una gigantesca cabaña, con la que la nueva norma de calidad permitió llenar las grandes cadenas de supermercados con un producto, antes considerado de lujo, bajo la denominación de Ibérico. Pero llegó la crisis y se hundió el consumo. Pilló al sector con los jamones y paletas de aquellos millones de cochinos matados en 2006 y 2007 colgados en los secaderos. Y los jamones son perecederos. Cuentan con uno a dos años de curación antes de tener que salir al mercado en el caso del cebo, y de tres años en el de bellota.
La cabaña se destruyó también a velocidad de vértigo. De 5,5 millones de cerdos en 2007, se pasó a 2 millones este año (500.000 de bellota) y se calcula que serán sólo 1,5 millones en 2011. «En términos de capacidad productiva y de producto almacenado en 2007 estábamos en unas cifras de 3 000 millones de euros y ahora nos movemos en 1 300. Es decir, nuestra riqueza se ha reducido a menos de la mitad».
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