El champagne y otros vinos espumantes se sirven tradicionalmente en dos tipos de copas diferentes: la copa en forma de flauta, de cuerpo largo, y la copa tradicional de champagne francesa, una copa baja de boca muy ancha. Se cree que sus formas geométricas diferentes les confieren propiedades diferentes al champagne.
En la universidad de Reims decidieron terminar con esta discusión. Comprobaron que el dióxido de carbono (CO2) gaseoso y los compuestos orgánicos volátiles resultantes del flujo de gases que escapan durante la fase líquida en forma de esas famosas burbujitas, invaden progresivamente el espacio libre que queda arriba. Eso es lo primero que se percibe cuando nos llevamos la copa de champagne a la boca.
Lo que hicieron fue analizar las muestras del espacio químico que queda arriba de una copa en la que se ha vertido champagne. Durante los 15 minutos después de servir 100 ml de champagne en una copa alta o en una copa baja, separaron los componentes del gas para analizarlo.
Así que midieron el gas carbónico y el etanol mediante una tećnica de cromatografía de gases y un detector de conductividad termal. Además se aplicó una técnica nueva muy avanzada de imágenes infrarrojas. La concentración de gas carbónico que se encontró era significativamente mayor en la copa alta.
La influencia de la temperatura del champagne también se examinó. Como cabría esperarse, al descender la temperatura del champagne se descubrió que descendía la concentración de vapores de etanol. Sin embargo, y de manera bastante sorprendente, el descenso de temperatura no influía el nivel de gas carbónico encontrado en la copa.
Fuente: OjoCientífico