La comida que encontramos en los supermercados de Occidente es de exposición: tomates rojos inmaculados, enormes manzanas tan brillantes que puedes ver tu reflejo, huevos idénticos, del mismo color moreno, envasados con primor… La decepción llega tras comprobar que tanta belleza no tiene reflejo en el paladar. Comida perfecta que no sabe a nada. Y lo que es aún peor, la obsesión de los productores por obtener frutos grandes y atractivos puede estar afectando a su valor nutricional.
Micronutrientes no ‘fichados’
Hace algunos años, estudios separados compararon los datos históricos de las tablas nutricionales en EEUU y el Reino Unido con los valores actuales. Se encontraron con que las espinacas actuales tenían la mitad de vitamina C que las de hace cuarenta años. Las berzas habían perdido un 40% de potasio y un 80% de magnesio. En otros casos había descensos del cobre, calcio, hierro, manganeso y las vitaminas A y C. ¿Estaban equivocados los análisis más antiguos? ¿Adónde habían ido a parar los nutrientes que faltaban?
Hay multitud de factores que pueden afectar al contenido en nutrientes de una verdura: la composición del suelo, los fertilizantes utilizados, la rotación de las cosechas, madurez en el momento de la recogida, pero sobre todo, la variedad cultivada. Las variedades que se consumen ahora no se parecen en nada a aquellas que existían hace medio siglo.
“Ni las variedades son las mismas, ni las condiciones de cultivo son tampoco idénticas”, comenta Francisco Pérez Alfocea, investigador del departamento de nutrición vegetal del CSIC. “Una planta tiene una capacidad genética de crecimiento, y necesita de una cierta cantidad de nutrientes para poder desarrollarse. Si hay una mayor concentración, el exceso se acumula en sus tejidos; es lo que llamamos nutrición de lujo. Como las variedades son cada vez más eficientes, el exceso de nutrientes en el fruto es cada vez menor.”
Solución orgánica, solución genética
Frente a un posible declive en la calidad de los alimentos convencionales, la agricultura orgánica parece la mejor solución al problema, ¿verdad? Pues no es así. En un estudio sistemático de 2009 en el que se revisaron más de 160 artículos que comparaban los valores nutricionales de productos orgánicos con los convencionales, no se pudieron encontrar diferencias significativas. La producción orgánica se está convirtiendo en una gran industria en todo el mundo occidental. Pero realmente, el hecho de utilizar determinados tipos de fertilizantes o renunciar a la modificación genética no parece garantizar que el contenido nutricional de los productos resultantes sea mucho mejor. De hecho, aunque suene extraño, la modificación genética es la que está consiguiendo productos realmente enriquecidos en nutrientes.
En 2008, un equipo de científicos italianos consiguieron tomates de un color morado oscuro, practicamente negro. En estos tomates se habían modificado los genes que regulan la expresión de las antocianinas, los tan deseados antioxidantes presentes en las moras y los arándanos, y que se han relacionado con la prevención del cáncer. Por su lado, un equipo de investigación de la Universidad de Málaga consiguió triplicar el contenido en vitamina C de las fresas de Huelva plantando una variedad modificada genéticamente.
Ante esta terrible realidad, los alimentos modificados genéticamente pueden ser la salvación. La variedad de arroz golden rice, que ha sido modificada genéticamente para aportar vitamina A, puede ser la solución para los casos de ceguera por xeroftalmia que se producen en el Sudeste asiático por deficiencias en el arroz convencional.
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