Hace mucho que la psicología científica demostró que las personas tendemos a justificarnos y sobrevalorarnos. La mayoría pensamos que somos mejores que la media y somos mucho más benevolentes valorando los malos comportamientos propios que los de los otros. Así queda probado en estudios como «Distortions in reports of health behaviors: The time span effect and illusory supefuority«, en el que se observa cómo somos más críticos con los comportamientos negativos de los demás en temas de salud que con los nuestros. Por decir uno entre tantos.
Dicho con palabras más sencillas: Cuando logramos un objetivo que consideramos excepcional, pensamos que es por nuestro esfuerzo y nuestro méritos. Si los demás no lo consiguen, nuestra percepción suele ser que no se esfuerzan lo suficiente, que no se lo merecen como nosotros. Por el contrario, si no conseguimos llegar a la meta que nos marcamos, tendemos a sobrejustificarnos y fácilmente encontramos razones de peso externas para nuestro fracaso.
La obesidad y la delgadez no se libran de este fenómeno. La mayoría de las personas delgadas o con cuerpos estupendos suelen reprochar a las personas obesas que no se esfuerzan lo suficiente o que no tienen fuerza de voluntad para llegar a lo mismo. Aunque no se suele expresar abiertamente por educación, suele ser fácil de leer entre líneas. Piensan que ellos han conseguido su cuerpo gracias sobre todo a su esfuerzo y creen que al resto les supondría el mismo nivel de esfuerzo, así que si no lo hacen, es porque son un poco perezosos. O vagos. O glotones.
Hasta los mayores expertos mundiales piensan que el tema de la obesidad es muy complejo y que no tiene una solución fácil, como puede leerse, por ejemplo, aquí. En mi modesta opinión e intentando simplificar, creo que hay tres factores clave en el sobrepeso. El primero de ellos es la genética. Si nuestro metabolismo tiene unas características concretas, el combate será más difícil. La tendencia a sufrir resistencia a la insulina, por ejemplo, que nos hace eficaces acumuladores de grasa en una dieta alta en carbohidratos refinados, tiene una importante componente hereditaria. Lo peor de este factor es que su consecuencia se refleja en forma de hambre. El hambre es una sensación que no es comparable a ninguna otra. Está directamente asociada a uno de los instintos más potentes y básicos de la naturaleza, la supervivencia. Llegados a cierto nivel de hambre (que, por suerte, no suele ocurrir en occidente), seríamos capaces de matar para mitigarlo. Los delgados no suelen ser conscientes de la importancia de la intensidad del hambre porque piensan que todo el mundo la siente como ellos. Y no es cierto. Suelo recomendar que se imaginen cómo se sentirían si se les redujera la cantidad de comida habitual a la mitad para toda la vida. ¿Serían capaces de soportar esa sensación durante años?
El segundo factor es la educación o el conocimiento. Si no sabemos lo básico sobre nutrición o lo que sabemos no es correcto, seremos incapaces de interpretar fielmente cómo reacciona nuestro cuerpo ante los alimentos (o lo haremos erróneamente) y, por lo tanto, no podremos ajustar adecuadamente nuestra dieta para no comer lo que nos hace engordar y comer lo que nos evita sentir hambre.
Y el tercero es el esfuerzo y la motivación personal. Un factor psicológico muy complejo y multi-componente. El error es pensar que este factor es independiente y el más importante, pero no la cosa no es tan fácil. Depende muchísimo de los otros dos, lo que a uno le cuesta un esfuerzo de «6» quizás a otro le suponga un esfuerzo de «10», debido a que sus genes no ayudan o, porque por desconocimiento, no ejecuta adecuadamente las instrucciones dietéticas más eficaces para su caso. Hay mucha gente obesa que tiene una enorme fuerza de voluntad (y éxito) en otros muchos ámbitos de la vida, que dedican horas y horas a estudiar o a trabajar y se sacrifican como el que más, pero son incapaces de superar su sobrepeso.
En definitiva, pienso que en temas de sobrepeso las comparaciones son odiosas por tres razones. Porque caemos en el sesgo de correspondencia continuamente, porque utilizamos el a mi me funciona para juzgar a otros y porque no valoramos en su medida todos los factores que influyen.
Respecto a los tres factores de influencia, contra el primero, los genes, no se puede hacer nada. Pueden ser una ayuda o una dificultad, es lo que hay. Por el contrario, en el segundo, la educación, el campo de actuación es amplísimo. Personalmente escribí el libro «Lo que dice la ciencia para adelgazar…» para aportar mi granito de arena en la educación y el conocimiento. Y para reforzar el tercero, la motivación y el esfuerzo, los ánimos funcionan mucho mejor que los reproches. Esto también lo han demostrado los científicos.
Así que si usted está delgado y cree que las personas obesas son bastante responsables de su situación, le sugiero que dedique unos minutos a pensar sobre ello. Quizás ahora no lo vea tan claro.
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