Corría el siglo XII en Japón y desde hacía muchos años dos clanes Samurais estaban en guerra. Una guerra larga y sangrienta. Los clanes rivales eran el Heike y el Genji que luchaban por el trono imperial que en esos momentos ostentaba oficialmente un niño de siete años.
En el año 1185 tuvo lugar la decisiva batalla naval en Dan-no-ura, una región situada en el Mar Interior del país nipón, fue el día 25 de Abril y el clan de los Heike fue claramente superado en número y en estrategia. Hubo una gran matanza, pero por el sentido del honor japonés que reinaba en aquella época, muchos de los guerreros, al ver perdida la batalla, decidieron saltar al mar y morir ahogados y no en manos del enemigo.
Cuenta la leyenda que los miles de Samurais que murieron en aquellas aguas aún se pasean por allí en forma de espectros. El caso es que en este mar. Justo en el lugar de la batalla y alrededores. Ocurrió algo asombroso y que parecía confirmar toda la leyenda. Con el paso de muchos años e incluso siglos se encontraron cada vez más cangrejos cuyo caparazón era exacto al de la máscara de un guerrero Samurai. Impresionante, ¿no?. Observad la imagen previa. Obviamente se aprecia que tiene una morfología de cara. De cara con facciones rasgadas. Y de cara con una expresión muy muy similar a la máscara Samurai. Este tipo de cangrejos eran tremendamente abundantes en el lugar de los hechos, y sólo en ese lugar.
El escepticismo es comúnmente minado en busca de explicaciones fáciles -aunque infundadas. Pero como siempre, existe una explicación para esto. Y una explicación real y científica.
Pues bien, tras aquella batalla, toda la zona quedó consternada, y en un Japón del siglo XII con altas creencias espirituales, los pescadores que se encontraban a la orilla del mar en los días/semanas/meses/años posteriores cuando pescaban algún cangrejo de esta especie, y estando tremendamente predispuestos a visiones espectrales de los ahí fallecidos, si veían un atisbo de una imagen parecida a una cara humana inmediatamente devolvían al animal al mar, quedándose como únicas presas a aquellos que no tenían una morfología “sospechosa”. Cada vez los pescadores iban desechando los cangrejos con un criterio más estricto, debido a las necesidades alimenticias, a que quedaban progresivamente menos cangrejos sin ningún tipo de similitud a una cara, y a que el tiempo iba diluyendo los hechos y no estaban tan sensibilizados a ver formas de Samurai si no eran muy claras. De forma que sólo se dejaban en libertad, progresivamente, los que iban teniendo un aspecto más y más parecido al de una máscara Samurai.
Ocurrió un maravilloso proceso de selección natural/artificial (los que me seguís sabéis que soy reacio a utilizar el término ‘artificial’. Incluso en este caso). Sólo tenían descendencia los cangrejos que no eran pescados, aquellos que en sus genes tenían codificada esa forma de caparazón, cada vez más y más perfeccionada, indirectamente por los pescadores, y directamente por el proceso evolutivo.
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