El mundo moderno está lleno de remedios seculares que tienen claros antecedentes religiosos. Uno de estos sustitutos seculares podría ser el vegetarianismo, especialmente en sus formas más extremas que imponen un tabú alimentario sobre el consumo de animales. Jill Dubisch, una antropóloga cultural, propone estudiar los “aspectos religiosos del movimiento de los productos naturales (comida saludable)” (Vía) partiendo de la definición de religión de Clifford Geertz como un “sistema de símbolos” capaz de producir “disposiciones y motivaciones poderosas, penetrantes y duraderas”.
Según Dubisch, consumir “productos naturales” (health food) significa algo más que seguir una dieta: es una visión del mundo, en la que los “conceptos de maná y tabú orientan la elección de las comidas” y donde “existe una distinción entre lo puro y lo impuro y una preocupación por el mantenimiento de la pureza”. Los seguidores de este movimiento viven bajo una promesa de salvación secular “no en la forma de una vida después de la vida, sino en términos de mejora del bienestar físico, mayor energía, más larga expectativa de vida, libertad de la enferdad y un incremento en la paz mental”.
Obviamente, a la definición de Geertz le faltan los elementos cognitivos más típicos de la religión, en esencia la referencia a entidades sobrenaturales que ejercen algún control sobre las vidas humanas, pero de todos modos los paralelos religiosos son interesantes. Como diría Habermas, los consumidores de “productos naturales” o los veganos más entusiastas y evangélicos, forman parte de movimientos sociales que heredan el “potencial semántico” de la religión tradicional.
Otra semejanza con la religión se observa en las reacciones a las críticas por parte de algunos seguidores de lo “natural” y «saludable». A menudo, al menos en mi experiencia, las reacciones son lo bastante hostiles y emocionales como para sospechar que no estamos tratando simplemente con un tipo de dieta, o incluso con una opinión moral. Los defensores de los “productos naturales” actúan a menudo como si sus elecciones dietéticas fueran “valores sagrados” innegociables, lo cual refuerza la opinión de Dubisch.
Fuente: La revolución naturalista