En gastronomía, la distancia entre los creyentes en los afrodisíacos y los de la cocina para dos, es enorme. Tan grande como la que separa a vegetarianos militantes de los adictos a las costillas de cochino.
Los especialistas en alimentación -aquellos con los se nutren las cátedras de las academias serias de cocina- aseguran que el producto afrodisíaco no existe.
Howard Hillman concluyó una investigación alimentaria de 20 años con esta frase: “Apenas quedan alimentos, y eso incluye al ajo, que no haya sido considerado afrodisíaco en una época, o en un algún lugar del mundo”.
La lista de lo supuestamente afrodisíaco es larga. Incluye hierbas y especias, el caviar, el azafrán, la trufa, varios frutos del mar, la nuez moscada, el jengibre, los dátiles, las angulas, diferentes tipos de huevos de media docena de aves, la semilla de sésamo, el ají, el chipichipi, las ostras y el chocolate.
Con el chocolate se llegó al colmo en el siglo XVII de sugerir que debía prohibirse su consumo a los monjes, y a las damas inglesas. El argumento: existía la sospecha de que “las haría propensas a perder la virtud”
Cuando en Londres consultaron sobre las virtudes afrodisíacas de la vitamina “E” al Dr. Arnold Bender, autoridad mundial en alimentación y en fraudes de nutrición, respondió con ironía sajona: “Después de años de investigación, los únicos que han demostrado el valor sexual de la Vitamina E (y aquí introducía una pausa), han sido los ratones de laboratorio”.
Por eso los militantes de la cocina para dos, no apuestan a los afrodisíacos. Saben que, creer funciona. Eso lo confirmó recientemente un congreso mundial de sexología reunido en Bombay, sitio de donde no en vano se editan libros famosos sobre el tema. En el Congreso, después de tres días de exposiciones y mesas redondas se llegó a una conclusión sencilla: “No hay nada más afrodisíaco que una buena cena con vinos y candelabros“.
Ampliar en: Alberto Soria en la Cava de Caracas