Acaba de certificarse la huella de carbono del plátano de Canarias: 254,7 gramos de CO2 por kilogramo de fruta. O lo que es lo mismo, unos 25 gramos de CO2 por cada plátano. Qué nadie se alarme, es bastante poco. De hecho, comerse un plátano constituye uno de los gestos que genera menos emisiones de todos los que analiza el británico Mike Berners-Lee en su curioso libro ‘How bad are bananas? The carbon footprint of everything’. Una obra divulgativa que intenta dar cierta escala a todas las acciones que influyen en el cambio climático.
En el caso del plátano de Canarias se ha estimado que cultivar un kilo de esta fruta en las islas, prepararla para su venta y transportarla hasta la Península para venderla supone emitir a la atmósfera 254,7 gramos de CO2. De esta cantidad, casi un 50% son emisiones atribuidas al transporte, en gran medida por el viaje de más de 1.000 kilómetros en barco desde las islas Canarias al puerto de Cádiz. Como incide Ana Piedra Buena, técnica de I+D de Asprocan, este es el camino que sigue la gran mayoría de las cerca de 400.000 toneladas de plátanos de la variedad Cavendish cultivados al año en el Archipiélago, pues el 90% se consume en la Península y el resto en las propias islas.
Curiosamente, hace unos meses el diario The Guardian se hacía eco de como la cadena de supermercados Asda comenzaba a vender plátanos de Canarias en Reino Unido. Y esta decisión comercial tenía que ver también con su huella de carbono: el viaje de la fruta canaria hasta allí es de cuatro días frente a los 24 que tardan en llegar las bananas de Centroamérica. No obstante, por ahora este otro efecto de las emisiones de CO2 es limitado, como incide Piedra Buena, son apenas 50 las toneladas que salen a la semana hacia Reino Unido.
Berners-Lee es seguro de los consumidores británicos que buscan esta fruta en el supermercado. De hecho, el consultor ambiental coloca los plátanos como uno de los alimentos con menos emisiones (por delante de naranjas, zanahorias, patatas, tomates…) e incluso llega a recomendar comerlos como parte de una dieta bajo en carbono. Uno de los motivos de estas bajas emisiones es que se cultiva al aire libre (los alimentos de invernadero tienen una huella mucho mayor). Además, en su fase agrícola, las particularidades de las islas y de las cerca de 9.000 hectáreas de plataneras plantadas allí hacen que se trate de una producción poco mecanizada y con mucho trabajo manual. De este modo, la mayor parte de las emisiones en esta etapa en el campo (un 38% del total de su huella de carbono) corresponden al uso de fertilizantes, la fabricación de estos fertilizantes y el transporte del compost(2).
Una vez recogidos los grandes racimos de las plataneras, estos se suelen separar en manojos más pequeños y son lavados, tratados contra los hongos, clasificados y empaquetados. Un 12,9% de las emisiones de los plátanos tienen que ver con el envasado. El estudio analiza las dos opciones más comunes: en cajas de cartón con separadores de papel o en cajas de cartón dentro a su vez de bolsas de polietileno de baja densidad. Resulta paradójico que se embolse una fruta que ya va con su propio ‘envase’ incorporado. Sin embargo, según la técnica de Asprocan, esto mejora las condiciones de madurez de la fruta y, aunque ahora solo se mete en bolsas un 5% de la producción, el porcentaje va en aumento.
“Si bien el valor de marca del plátano de Canarias está muy reconocido, este producto tiene un precio más alto que la banana de Centroamérica, por lo que contar con la huella de carbono certificada es también una forma de diferenciarnos”, comenta Piedra Buena, que considera que las emisiones de la fruta canaria son menores no solo por cultivarse más cerca sino también por usar menos fitosanitarios.
Por supuesto, hay que tener en cuenta otras variables ambientales aparte del CO2. No obstante, estos estudios también son útiles para detectar vías de mejora e ir actuando contra el cambio climático. Todas las acciones suman por muy pequeñas que sean, aunque está claro que hay algunas mucho más importantes que otras. Si se actuase de forma decidida para recortar las emisiones de CO2 a los niveles recomendados por la comunidad científica, posiblemente serían muchos los cambios en la forma de vida de los ciudadanos de los países más desarrollados. Seguro que no habría problemas en seguir comiendo plátanos, aunque sí es probable que hubiera que actuar mucho más de lo que se hace sobre el transporte, las viviendas o incluso nuestras vacaciones. Esto puede traducirse en grandes sacrificios para algunos (con importantes derivaciones económicas). Aunque todo resulta más sencillo actuando sobre la energía (aumentando el uso de las renovables y buscando carburantes alternativos), pues esto influye en casi todo interviniendo solo en una de las partes. Hay que tener en cuenta todo esto antes de seguir desmontando el sector de las renovables en España.
Fuente: ECOLABORATORIO. ElPais.com