Los productos de alimentación de la mayoría de los supermercados británicos lucen desde verano un semáforo. En rojo, el comprador debe pensárselo dos veces antes de ponerlo en el carrito. En verde, tiene vía libre. “Es la elección más sana”, señala sin ambages la Agencia de Seguridad Alimentaria. El método de etiquetado, sin embargo, no ha podido evitar una polémica que ha traspasado las fronteras de Reino Unido. Productos como el aceite de oliva, los frutos secos o algunas carnes han recibido el castigo de un semáforo rojo, lo cual podría penalizar su consumo. El Gobierno británico y quienes lo avalan defienden el modelo para luchar contra la obesidad ante la ineficacia de otras medidas, mientras que la industria alimentaria y otros expertos consideran que ese semáforo solo demoniza un producto en concreto sin tener en cuenta la dieta global del ciudadano.
El esquema de etiquetado de semáforos rojos es una medida más de las que se están impulsando en Europa y Estados Unidos para luchar contra la obesidad. El Departamento de Sanidad de Reino Unido estima que los problemas de salud relacionados con el sobrepeso cuestan cerca de 5000 millones de libras al año (5900 millones de euros) al sistema. Por ello, el Gobierno británico ha implantado un esquema en el que combina los tres colores del semáforo —verde, ámbar y rojo— para indicar cuántas calorías, grasa, grasas saturadas, azúcar y sal tiene un producto.
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