La fijación de la Iglesia por el esfínter anal viene de largo, y va más allá que la de cualquier otra parte de nuestra anatomía. Por ejemplo, en el siglo XVII, la Iglesia Católica quiso dilucidar si el consumo rectal de caldo de ternera infringía de algún modo el ayuno de Cuaresma.
Literalmente, la duda subyacente era si se puede comer a través del ano. La razón de esta inquietud nació ante la práctica de los médicos de la época consistente en administrar enemas de caldo a monjas y otros devotos católicos que no podían soportar el ayuno. Entendiendo el ayuno, según las normas del Vaticano, como evitar “algo digerible recibido del exterior, que se mete por la boca y pasa hasta el estómago” (el manual sacerdotal La celebración de la misa enumera incluso qué se puede colar en tu tracto digestivo sin que ello constituya una penalización en el ayuno, como enjuague bucal, trozos de uñas, pelo y piel agrietada de los labios… Se echa de menos esa exhaustividad en las normas sobre no alimentar a un Gremlin más tarde de medianoche).
Para aclarar las cosas, el Vaticano pretendió llevar a cabo el siguiente experimento: alimentar a un grupo de voluntarios exclusivamente por el recto. Si los voluntarios sobrevivían, los enemas se considerarían comida. Chimpún. Para los que ardáis en deseos de conocer el resultado del experimento, siento chafaros la ilusión: al final, nadie se presentó como voluntario.
Afortunadamente, la ciencia sí conoce la respuesta a este enigma tan trascendental. Nos lo explica así Mary Roach en su libro sobre el sistema digestivo Glup: “Se inició una ronda de experimentos, y pronto resultó evidente que el colon y el recto no podían absorber grandes moléculas: grasas, albúminas, proteínas, todo volvía a salir unos días después. Sal y glucosa, algunos ácidos de cadena corta, unas cuantas vitaminas y minerales: esos eran los elementos que se conservaban hasta cierto punto. Y poco más. El noventa y nueve por ciento de los nutrientes se absorben en el intestino delgado. Las comidas rectales podían posponer la muerte, pero era una exageración decir que prolongaban la vida”.
Fuente: LA COLUMNATA
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