Corría el año 1968 cuando el bioquímico Ivan Frantz comienza su estudio Minnesota Coronary Survey, financiado por el National Institutes for Health dentro del programa National Diet Heart Study, diseñado para investigar la relación entre el consumo de alimentos ricos en grasa saturada y su incidencia en enfermedades cardiovasculares.
El estudio se desarrolla en una residencia de ancianos y seis hospitales para enfermos mentales en el estado de Minnesota. A la mitad de los 9.057 hombres y mujeres participantes se les alimenta con una “dieta tradicional estadounidense” con mantequilla, huevos, bacon y carne roja, aproximadamente un 18% grasa saturada y a la otra mitad con una dieta que contiene margarina suave, sustitutos de huevo, carne baja en grasa y preparados lácteos a base de aceite vegetal lo que redujo el contenido de grasa saturada a menos de la mitad, manteniendo ambas dietas en torno a un 38% de grasa en su totalidad.
Los participantes estaban hospitalizados y eran vigilados, por lo que no tenían acceso a otras comidas fuera de la dieta prescrita. Este detalle aseguraba la fiabilidad de los resultados.
Después de cuatro años y medio, los investigadores no encontraron diferencias significativas entre ambos grupos ya fuera en eventos cardiovasculares, muertes cardiovasculares o en mortalidad total.
El cáncer fue mayor en el grupo con bajo contenido de grasa saturada, aunque en el informe final que se redactó al respecto, no dice si esta diferencia fue estadísticamente significativa.
Concluyendo que, la dieta baja en grasas saturadas no había demostrado, en absoluto, ninguna ventaja.
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