Más allá de las cuestiones de límites y sanciones, lo que hay que tener presente es que el alcohol, desde poco que se beba, ya tiene efectos sobre la capacidad de conducción del conductor, aunque este no llegue a darse cuenta. No es un capricho del legislador, está comprobado internacionalmente en diferentes estudios y pruebas.
Claro está que cuanto más alcohol se haya tomado, más notables son sus efectos y en peores condiciones estará el conductor, pero no hay que ignorar que incluso con una sola cerveza, y sin superar el límite legal, ya no tenemos la misma capacidad que sin esa cerveza.
El alcohol es una sustancia depresora del sistema nervioso central y afecta a su normal funcionamiento. Para que nos entendamos, nuestro cerebro va a funcionar peor, más despacio, con peor capacidad. Esto en un conductor se traduce en que:
– Se infravaloran los riesgos.
– Comportamiento impulsivo.
– Se tiene una sensación de falsa seguridad.
– Disminuye la velocidad de reacción del conductor y sus reflejos.
– Empeora la coordinación.
– Empeora la capacidad visual, se ve peor de lejos.
– Es más difícil calcular las distancias y la velocidad.
Si además, a los propios efectos del alcohol sumamos los propios del día a día, como por ejemplo tener que conducir de noche, al regresar de fiesta después de un día de trabajo, cuando además estamos cansados y puede empezar a aparecer el sueño, debemos ser conscientes de que nuestra capacidad al volante se ve claramente mermada.
No debemos olvidar que aproximadamente entre el 40 y el 50% de los accidentes mortales está presente el alcohol. El mejor consejo que se puede dar, para conducir con toda la precaución posible, hace todavía válido aquel eslogan de los años 80: “si bebes, no conduzcas”.
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