Los productos transgénicos, sobre todo los alimentos, no ganan el prestigio social al mismo ritmo en que se despliegan los cultivos en Europa. En este asunto de los organismos genéticamente modificados (OGM) todo son contradicciones entre ciudadanos, políticos, industria e investigadores. Si a la mayoría de personas les ofrecieran hoy un alimento indicándole que es transgénico, el rechazo estaría casi garantizado. Pero mientras esta reticencia crece en Europa, España se ha convertido en el estado de la UE que acapara la gran mayoría de la agricultura transgénica, donde se multiplica desde hace un lustro el número de hectáreas dedicadas a los OGM.
Desde que el ser humano comenzó a practicar la agricultura y la ganadería ha modificado el genoma de plantas y animales, mezclando y seleccionando artificialmente las variedades que resultan mejores. Muchas de las hortalizas, frutas, legumbres y cereales que consumimos hoy en día son resultado de la modificación. Incluso la leche y la carne que consumimos y conseguimos de muchos animales son en realidad modificaciones de originales de la naturaleza sobre los que hemos intervenido sin ningún control.
«Parece que todo es una cuestión de apreciación. La realidad está separada de la percepción ciudadana», señala el doctor José Miguel Mulet, que pasó por Madrid para ofrecer una charla sobre la situación actual de los transgénicos en España. En el congreso ‘Alimentación ConCiencia‘, celebrado en el marco de la feria de gastronomía MadridFusión, este especialista en Bioquímica y Biología Molecular aseguraba que la cuestión de los transgénicos no se ha comunicado bien.
«La técnica de un transgénico consiste en coger ADN de un individuo e introducirlo en otro», comienza explicando. «De tres kilómetros de cadena de ADN en un transgénico se modifican sólo micras», asegura, remarcando que un transgénico es simplemente un paso más en la agricultura, que consiste en la selección de los mejores ejemplares. Gracias a la ingeniería genética actual podemos crear variedades de plantas que sean más resistentes, pero concebirlas supone obtener variaciones genéticas que no se darían en la naturaleza. «Nada sale al mercado sin ser seguro», remarca Mulet. «Ahora el consumidor no ve las ventajas, pero el miedo a los transgénicos acabará antes de finales de esta década».
Fuente: Público.es