El DNI nació durante la era del franquismo, por decreto de presidencia del 2 de marzo de 1944 como una forma, muy propia en una dictadura, de controlar a la población, para que fuera el único método válido de identificación de los ciudadanos ante la autoridad. Francisco Franco, quizás por su ímpetu de dejar claro que nadie escapa al control de la dictadura, poseía el DNI número 1. A la Familia Real se le asignó del 10 al 99. Así, el Rey Don Juan Carlos tiene el número 10 y la Reina Doña Sofía el 11. A la Infanta Doña Elena le corresponde el 12, pero el 13 quedó anulado por pura superstición y por eso al Príncipe Don Felipe le correspondió el 15 y a la Infanta Doña Cristina el 14. Franco reservó para Carmen Polo y Carmen Franco el 2 y 3 respectivamente, y bloqueó del 4 al 9. Por último, las hermanas Leonor y Sofía tienen el 16 y 17. Es curioso, pero existen más de 100.000 DNI duplicados.
La Ley Orgánica sobre Protección de la Seguridad Ciudadana de 1992, conocida como la Ley “Corcuera”, determina que el DNI tendrá, por sí sólo, suficiente valor para la acreditación de la identidad de las personas y que es obligatorio a partir de los 14 años. Un decreto de 1976 establecía además la obligación de llevarlo permanentemente consigo y a exhibirlo cuando fueren debidamente requeridas para ello por la Autoridad o sus Agentes. Este Decreto fue modificado para anular la obligación de portar el DNI, siendo finalmente derogado en 2005. Por lo tanto con la legislación actual, nadie puede ser denunciado por no llevar el DNI ya que no es obligatorio llevarlo permanentemente.
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En el 2007 se produjo la reforma del Código Penal que permitió el ingreso en prisión de todos aquellos conductores que atentaran contra la Seguridad Vial de forma grave. Sin embargo, a finales de este año, el Gobierno dará marcha atrás y priorizará la decomisión del vehículo sobre la prisión que según en propias palabras del fiscal coordinador de Seguridad Vial, Bartolomé Vargas, es “lo último que el fiscal desea siempre”.
Así, con la nueva legislación, se podrá buscar una vía alternativa a la prisión, combinando la confiscación del vehículo con penas de trabajos, multas o la privación del derecho a conducir. Tres han sido los casos presentados en los que parece más fácil aplicar este cambio en el Código Penal: conducción con exceso de velocidad, bajo los efectos del alcohol o sin permiso.
Bartolomé Vargas explicaba que “el porcentaje de reincidencia es tan grande que pensamos también en abordarlo con la respuesta del decomiso. Si a la tercera o cuarta vez se lo condena por conducir embriagado, comiso. A la quinta, comiso”. De esta forma, con la venta de los vehículos se podrán pagar indemnizaciones, programas de reinserción y concienciación.
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¡El ser humano sorprende y mucho¡, máxime cuando se tiene esa extraordinaria capacidad que poseemos para enfrentarnos a las cuestiones más difíciles y resolverlas. Más aún cuando existe disposición para enfrentarse a cuestiones difíciles a resolver, bajo la precariedad de medios técnicos y con la pretensión de desafiar un sinnumero de probabilidades que echen por tierra un conjunto de medidas de seguridad técnicamente diseñadas para prevenir el delito.
La pregunta es ¿que hace que esa “viveza” se ponga a prueba? Los hechos que describe la prensa referentes a cómo los narcotraficantes colombianos, tratan de recuperar el negocio perdido a manos de los mexicanos; narran un sinnumero de situaciones que pareciera que la realidad supera la ficción, constatan como van surgiendo navíos más y más sofisticados para alcanzar furtivamente las costas de los Estados Unidos de Norteamérica.
En la mentalidad de quien infringe la ley existe el perfil de “sobrevalorar el valor, inteligencia, la capacidad, la astucia, para realizar las propias metas” que no se traduce en otra cosa que en resolver los propios intereses, lo más inmediato, sin esfuerzos a largo plazo, por tanto no importa el modo o los medios para conseguir el fin material.
La bitácora la Pizarra de Yuri, describe y documenta con material fotográfico, como los carteles colombianos tratan de recuperar el negocio perdido.
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Enlaces relacionados con Colombia:
En «The Economist» de esta semana aparece un artículo titulado «Too many laws, too many prisoners» (demasiadas leyes, demasiados presos) acerca del actual panorama de las cárceles en Estados Unidos de Norteamérica y las causas que han llevado a ello. Los problemas de la medicina actual se reproducen en las cárceles y las leyes de forma curiosamente similar.
El sistema actual de leyes y castigos en EE.UU. tiene tres problemas, según los autores del artículo:
1- Mete a mucha gente en la cárcel por demasiado tiempo.
2- Criminaliza actos que no deberían ser criminalizados.
3. Es impredecible.
Sobre el primer aspecto, se calcula que hasta un 1% de la población adulta de los EE.UU. está en este momento con problemas judiciales que tienen a la cárcel de por medio (hasta 12 veces más que en Japón, por ejemplo) y las condenas han ido alargándose progresivamente, en respuesta de los políticos a las demandas de una seguridad creciente por parte del electorado.
Sobre el segundo punto, relata el ejemplo de un cuasi-jubilado aficionado al cultivo de orquídeas que por el mal etiquetado de unas especies traídas de Latinoamérica tuvo que afrontar una condena mayor de 5 años…
Y sobre el tercer aspecto, es un sistema con tantos «ángulos muertos» en él, que su aplicación se ve sometida a una variabilidad difícilmente predecible y afrontable…
¿Y la medicina?
Pues bien, en una sociedad que se caracteriza por su judicialización y su medicalización, podemos ver algunos puntos en común…
1. Cada vez más personas tienen la etiqueta de «enfermos» y esas etiquetas en muchas ocasiones permanecen de por vida, por ejemplo, la fibromialgia, la menopausia, la disfunción eréctil, la prehipertensión, la prediabetes,…
2. Se etiqueta como «enfermos» y se medicalizan a pacientes y situaciones que deberían quedar fuera del escenario de la salud/enfermedad: los problemas laborales, los ciclos anímicos diagnosticados de depresión, los niños inquietos rápidamente medicados contra su «hiperactividad», la gente sin enfermedades que se hace un «chequeíto» en el cual le sale una alteración que les condena a revisiones anuales de por vida sin que esto vaya a repercutir en su salud más que para hacerles sentir enfermos, los varones septuagenarios calvos, las mujeres «con poco calcio en los huesos»,…
3. La medicalización de la vida actual, hace que los resultados que de la medicina «superflua» se puedan esperar sean IMPREDECIBLES. Ante problemas que no deberían ser médicamente tratados y ante pruebas diagnósticas que no deberían ser realizadas, no podemos esperar más que consecuencias impredecibles como respuesta a unos resultados igualmente poco adivinables…
Fuente: Médico crítico
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