Quizá hasta el Iluminismo, quizá hasta la publicación de El origen de las especies, los creyentes podían contar con la seguridad de que los pensadores más sabios de su tiempo creían en lo divino. Una creencia en la verdad de la ciencia y de la magia coexistían incluso en la gran mente de Isaac Newton, que dividía su tiempo entre tratar de entender las leyes del movimiento y desentrañar para cuándo el Libro del Apocalipsis predecía “la gran tribulación y el fin del mundo”.
Hoy en día uno debe ser un creyente muy ignorante para imaginar que la religión de uno, o cualquier religión, puede brindar explicaciones abarcativas. Cuando han estudiado más allá de un cierto nivel, todos los creyentes aprenden que las teorías más confiables sobre los orígenes de la vida no necesitan del Dios de los libros sagrados. Los científicos más brillantes y el pensamiento avanzado han dejado atrás la religión. Es por esta razón que la religión, que alguna vez inspiró las más sublimes creaciones del hombre, ya no produce arte, literatura o filosofía de valor alguno; por eso es imposible imaginar una nueva alta cultura religiosa.
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