La llamada «singularidad tecnológica«, es decir, la expectativa de que en algún misterioso momento de las próximas décadas las máquinas se convertirán en ultrainteligentes y conscientes, es una pseudociencia o un «culto para gente rica y ociosa rodeada de tecnología en Silicon Valley, que realmente no desean morir (se puede pensar en ello como el «dia del juicio» para listillos)«.
La singularidad es una hipótesis de ciencia-ficción que no está respaldada por pruebas científicas. Hay tantas pruebas de que la inteligencia artificial pueda llegar a ser consciente como de la existencia de chemtrails. Los filósofos de la mente, vendedores de inmortalidad y «Think tanks» que dedican recursos a este tema, sencillamente no van a salvar al mundo de una amenaza que no existe.
En general, cualquier hipótesis cuya confirmación se fía a varias décadas de distancia, puede calificarse de entrada como «vendeburras», aunque ya el conocimiento actual resulta poco congruente con los partidarios de la singularidad.
Como ha argumentado Paul Churchland convincentemente, los cerebros biológicos no son máquinas de Von Neumann, las ideas no son simplemente «software» y la conciencia animal no se puede «descargar» en un soporte cartesiano independiente.
La singularidad no es sólo una pseudociencia, la idea misma de un grupo de californianos aficionados a la tecnología y la filosofía trabajando por alcanzar la inmortalidad en un mundo donde millones mueren realmente de hambre, como apunta también Pigliucci, resulta un pasatiempo bastante ofensivo.
Fuente: La revolución naturalista
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