Mauricio-José Schwarz sugiere tres factores que contribuyen a que este genio sea objeto de este culto insano:
Primero, a las afirmaciones cada vez más delirantes y estrafalarias que iba haciendo Tesla conforme envejecía, en raptos que parecen brotes psicóticos, donde igual se inventaba que tenía una teoría que desbancaba a Einstein que hablaba del rayo de la muerte.
Segundo, a que desarrolló tecnologías muy impresionantes que permiten dejar volar la imaginación, como la transmisión eléctrica sin cables, que hace fácil que los chifladitos crean que se suprime «por la malvada conspiración» sin ponerse a pensar que simplemente no es comercialmente viable, y ni Tesla ni nadie ha podido hacer que funcione de modo rentable y a lo largo de grandes distancias. Queda como un bonito efecto de salón, pero hasta hoy impráctico. Esto causa gran desazón entre los que creen que todo lo que se puede hacer se debe hacer si suena guay.
Y, finalmente, porque sus documentos fueron confiscados por el gobierno estadounidense a su muerte (en parte por las propias declaraciones delirantes de Tesla, que pondrían en guardia a cualquier gobierno serio de una superpotencia, como el mencionado rayo de la muerte) lo que dio pie a que se creyera que tales afirmaciones eran reales. Por supuesto, los chifladitos se niegan a admitir que sólo le tomó tres días al Dr. John G. Trump del MIT, llamado por el gobierno para el peritaje, concluir que nada de lo que había dicho Tesla en esos años de declive mental tenía base alguna, sino que todo eran especulaciones. Menos aún aceptan que en 1952, nueve años después de la muerte del genio, todos sus documentos fueron entregados a su sobrino y están en el Museo Tesla en Belgrado.
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